Su
entrada en la cafetería del hotel, pasó inadvertida para casi todo
el mundo que se hallaba dentro. Era un acto cotidiano, que los cuatro
hombres vestidos con uniforme verde, tomaran allí su desayuno.
Solamente Edurne se inquietó. Su acompañante intentó calmar su
agitación.
–¡Tranquila!
¿Por qué miras preocupada?
–No
ves que hemos dejado el coche pisando la raya amarilla. ¡Solo
faltaba que nos pusieran una multa! Y todo por no querer aparcar
enfrente.
–Sabes
que no me gusta dejarlo fuera de la vista. Además, seguro que aún
no han empezado su jornada laboral –comentó sin ápice de
nerviosismo.
–Pues
el más joven no deja de mirar hacia aquí – añadió Edurne
todavía inquieta.
–Será
porque eres muy guapa –dijo Ignacio retirando con su dedo índice
el mechón que caía sobre la hermosa cara de su novia.
–No
digas tonterías –añadió ella, obviando por un momento la escena
que acaparaba su interés.
–No
lo son. Siempre llamas la atención, y eso un día nos puede traer
problemas –comentó mirándola embelesado.
Escasamente
diez minutos más tarde, los cuatro guardias civiles se dirigieron a
la salida conversando animadamente, y haciendo caso omiso del resto
de clientes. Una vez se cerró la puerta de acceso, Edurne se acercó
a la gran cristalera para observar tras los visillos a las dos
parejas. Solo uno de ellos miró de refilón el todoterreno mal
aparcado, pero enseguida se unió a su compañero para subirse al
suyo situado delante. La otra pareja, cruzó hasta el aparcamiento
para arrancar de inmediato en dirección contraria.
–Ya
se han ido –dijo Edurne más serena.
–¡Ves
como no ha pasado nada! –añadió su novio, mientras recogía las
monedas del cambio.
–Sí,
pero uno se ha quedado mirando el coche, y ¡adivina quién!
–Vámonos
y no le des más vueltas –dispuso Ignacio, a la vez que guardaba la
cartera.
––––––––––
Ricardo
apenas llevaba cinco años en el Cuerpo, frente a los treinta de su
compañero. Las buenas notas conseguidas en la oposición y
posteriormente en la Academia, más los tres años en el País Vasco,
fueron decisivos para que consiguiera el destino por él deseado: su
pueblo. Era una persona con la que todos deseaban compartir
conversación. Amable, jovial, eterno amigo, y con una percepción
tan especial para los detalles, que sus compañeros le llamaban con
sorna, pero con cariño “el adivino”. Jugando al poker era un
“crak”; no había manera de engañarle.
Siete
minutos más tarde llegaron al siguiente pueblo. Pararon en el cruce
de rigor, dispuestos a dar entrada al largo vehículo que llegaba con
mercancía fresca para abastecer uno, de los dos grandes centros de
alimentación con que contaba ese municipio. Tras unos minutos de
maniobra, el camión consiguió encajar el “trailer” dentro del
almacén. Ricardo retrocedió hasta el borde de la carretera para dar
paso a los pacientes automovilistas.
Cuando
reconoció el “jeep”, parado a escasos veinte metros, algo se
agitó en su interior. Su estómago dio un vuelco que su mente no
supo interpretar. Sabía que en breves segundos volvería a
distinguir el rostro que quedó grabado en su memoria. Ansiaba esa
porción de tiempo como si en ello le fuera la vida. Solo dos metros
más... y por fin la vio. Se alegró que no fuera ella quien
condujera, de esta manera podía contemplarla de cerca. Sus miradas
se cruzaron tan solo dos segundos, y lo que vio y sintió, marcó su
razón durante más tiempo del que creyó.
–Ricardo
¿te ocurre algo? –dijo su compañero situándose a su lado.
–No
–contestó desconcertado.
–¡Chico
pues no lo parece! Tienes una cara como si hubieras visto al diablo.
–¡Qué
va! –dijo dándole una palmada en el hombro. ¡Anda! ¡vamos!
––––––––
–¿Qué
te pasa? ¿Ya estás otra vez nerviosa? –comento Ignacio,
encendiendo otro cigarro.
–¿Te
has fijado que eran los mismo guardias que había en la cafetería?
–dijo Edurne volviendo preocupada la cabeza hacia atrás.
–Yo
no... pero veo que tú sí. ¿Qué pasa que alguno te ha hecho
“tilín”?
–¿Ya
estás como siempre? Lo que pasa es que me fijo en las cosas.
–¿Llamas
“cosas” a la Benemérita? ¡Chica que manera de degradarla!
–Déjate
de chorradas, y a ver si espabilas y dejas de ser tan confiando.
–¡Pero
si no hemos hecho nada! Por una raya mal pisada, y ¡la que montas!
Fueron
en silencio durante veinte kilómetros. Edurne no entendía como
podía aguantar a un capullo como Ignacio. Aunque algunas veces era
cariñoso, la mayoría le sacaba de quicio. Presuntuoso, engreído,
fanfarrón, todos los calificativos se quedaban pequeños para
describirlo. Cuando se lo presentara Daniel, hacía ya dos años, fue
precisamente lo que le atrajo de él; aunque en aquella época no
tenía estos defectos tan marcados. Ahora, sino fuera por su maldito
vínculo profesional, le hubiera dejado abandonado en cualquier
ciudad por la que deslizaba su existencia cada vez más vacía.
–Venga,
no seas borde cariño, alegra esa cara –dijo Ignacio poniendo su
mano sobre el muslo de ella.
–¡Déjame
en paz! –añadió Edurne enfadada y retirando la pierna
bruscamente.
–¡Pero
cómo me gustas cuando te pones tan brava!
–Olvídame.
–Solo
nos quedan un par de kilómetros para llegar. ¿Estás preparada?
–comentó Ignacio conciliador.
–Yo
siempre estoy preparada, a pesar de que me alteres los nervios.
Él
miró para el frente, como siempre confiando en que todo saldría
bien... como así fue.
––––––––––––––––
Llevaban
media hora en el puesto de vigilancia situado a cinco kilómetros de
la capital. Era un punto estratégico donde solían aguardar el aviso
de los compañeros ante un exceso de velocidad de algún conductor no
muy cabal.
–Vaya
mañana más larga que se me está haciendo –dijo Rafa.
–¿Y
eso?, porque aún nos queda jornada. Apenas son las doce y media
–añadió Ricardo mirando el reloj.
–Es
que estoy deseando que llegue esta noche. Voy a tener una cena
romántica con Ana.
–¿Pero
no es mañana vuestro aniversario?
–¡Ya!,
pero quiero adelantarme para darle una sorpresa –añadió
ilusionado.
Un
aviso por radio cortó la conversación y el aburrimiento. Tras el
accidente de tráfico ocurrido el día anterior tres pueblos más
abajo, recibieron la orden de efectuar un control de alcoholemia.
Mientras
Rafa procedía a la verificación de los niveles, Ricardo
seleccionaba según su criterio el coche que debía abandonar
momentáneamente su recorrido. ¿Era su imaginación la que dibujaba
en la lejanía el coincidente todoterreno?, ¿o era una turbadora
realidad? Aún no lo sabía cuando decidió alzar el brazo una vez se
acercase. No podía dejar pasar otra ocasión, quizá la última, de
ver esos enigmáticos y discordantes ojos adornando esa hermosa cara.
A unos treinta metros, y casi podía distinguirlos. Notó el corazón
acelerado según sentía su presencia.
Un
gesto de Rafa le advirtió que se dirigía al coche patrulla; ésto
evitó que le pidiera el cambio de tarea. Con el brazo en alto y la
indicación de echarse a un lado, el “jeep” aparcó en la
explanada.
–¡Buenos
días! –saludó haciendo el obligado gesto.
–¡Buenos
días agente! –correspondió el conductor.
–Control
de alcoholemia. Si es tan amable –dijo Ricardo, ofreciendo la
boquilla para su colocación en el etilómetro.
Mientras
Iñaki desenvolvía el pequeño tubo, Edurne miraba al frente.
Nerviosa, no paraba de mover frenéticamente la pierna derecha, casi
al mismo ritmo que machacaba una y otra vez el desgastado chicle que
bailaba en su boca. Estos movimientos no pasaron inadvertidos a
Ricardo, que observaba extasiado el vaivén de sus carnosos labios.
Hipnotizado ante esa escena de seducción encubierta, no oyó la voz
de su compañero. Tuvo que sentir como Rafa tiraba ligeramente de él,
para volver de un irrealidad que le absorbía lentamente.
–Acaban
de avisar que ha habido un atraco en un Banco de la calle del Carmen.
Enviarán otro coche ahora mismo. Debemos cortar la carretera, ya
–dijo nervioso.
–Espera,
¿no sabes nada más? ¿Cuántos eran? ¿Cómo han huido?
–Solo
me han dicho que eran dos. Iban con monos y caretas, y han escapado a
pie; así que tampoco saben que tipo de coche llevan. Hay efectivos
en la zona revisándola de arriba abajo.
Ricardo
sintió por segunda vez como su estómago se estremecía, aunque esta
vez no era por el mismo motivo. Se acercó un poco más a su
compañero.
–Escucha.
Vigila a la chica, que voy a hacer una comprobación.
–Es
que no podemos perder el tiempo. Tenemos que poner el control
rápidamente. Son órdenes.
–¿Y
si son éstas las dos personas que buscan?
–Pero
si estaban aquí cuando hemos recibido el aviso.
–Y
qué tendrá que ver ¿Acaso sabes cuánto tiempo hace que ha
ocurrido el atraco? Apenas estamos a cinco kilómetros; y si tenían
un coche cerca, sabes que en menos de diez minutos estarían fuera de
la ciudad.
–¡Qué
pasa es otro de tus pálpitos!
–Puede.
Pero hoy es la tercera vez que nos cruzamos con este vehículo.
–¡Joder
macho! Yo no los he visto en todo el día ¡vaya retentiva! ¡En fin!
Vale, pero date prisa antes de que lleguen los otros... y ten
cuidado.
Con
cautela se acercó al todoterreno.
–Por
favor, ¿puede apagar el motor y bajar del coche?
–Pero...
¿no era un control de alcoholemia? Si aún no lo he hecho para saber
si doy positivo o no –dijo Iñaki un poco receloso, haciendo sin
embargo caso de las indicaciones.
–Por
favor, abra el maletero.
Una
rápida mirada hacia la joven antes de acompañar al conductor a la
parte trasera, provocó que ésta girase su esbelto cuello. Por un
instante se cruzó la ambigüedad de unos atractivos ojos, con el
oculto afán de la búsqueda de la verdad de otros. Tristeza,
desidia, cansancio, ayuda, amparo, gritaban los verdes iris de la
muchacha. Ricardo la dejó con su silencioso aullido de socorro,
mientras la angustia bañaba su garganta.
–Gracias.
Póngase ahí –dijo señalando un punto situado a escasos dos
metros de su vigilante compañero.
Viendo
la tranquilidad con que actuaba el conductor, dudó por un momento si
no se habría equivocado; si no sería el deseo de sentir la
presencia de ella, lo que estaba haciendo que les adjudicase un hecho
que quizá ni por asomo se les habría pasado por la cabeza. “No,
algo me dice que tengo razón. Tantas coincidencias... y esos
ojos...”
Poco
objetos ocupaban el habitáculo trasero. Apenas una manta de viaje,
un caja de herramientas y un bolsón. Abrió este último para
proceder a su revisión. Solo ropa.
–Perdone
¿es que ha ocurrido algo? –dijo Iñaki, dando un paso al frente.
–Por
favor, espere donde le he indicado.
–Es
que no entiendo nada. Me paran para un simple control de alcohol y
ahora me registran el coche. Con todos mis respetos agente ¿me puede
dar una explicación?
–Simplemente
recibimos órdenes, y sentimos las molestias que podamos ocasionarles
–dijo Rafa viendo que el registro no era fructífero.
Ricardo
alzó el brazo con intención de cerrar el portón trasero y proceder
a revisar el resto del vehículo. Detrás del reposacabezas delantero
asomó, para su sorpresa, un rostro anhelante. Los ojos sugirieron
que mirase abajo. Su mente lucubró rápido. Solo había un lugar más
bajo que la plataforma del maletero y que estuviera dentro de él; y
era el emplazamiento de la rueda de repuesto.
Con
este aviso fortuito, ya no tenía dudas, pero le surgió otra. No
había comprobado si el individuo iba armado. Con tantas prisas,
tampoco le había pedido la identificación. Por otro lado, no podía
extraer su arma, ya que no había verificado la probable mercancía
–si la había–, y provocar una situación de riesgo, por una
información no muy fiable.
Una
mirada a su compañero, bastó para que éste estuviera alerta.
Procedió a la apertura del habitáculo desenganchando el pasador. Al
levantar la tapa, pudo comprobar que no había rueda. Ese espacio
estaba ocupado por una bolsa negra.
Oyó
un ruido de gravilla que le hizo girar rápidamente, echándose mano
a la cartuchera.
–Estése
quieto –dijo Rafa, apuntando con el arma al hombre que había hecho
intención de agacharse.
Ricardo
ante ese presunto ataque, se separó del coche, y con su arma
empuñada se dirigió con precaución a la joven, indicándole que
bajara despacio del coche y se situara cerca de su compañero.
Enfundó nuevamente para acercarse al sujeto provocador de la tensa
situación, y proceder así a su cacheo, bajo la atenta observación
del arma de Rafa. Una pequeña pistola, fue lo que encontró sujeta
en el tobillo.
Mientras
esposaba a los detenidos, se oía el sonido in crescendo de una
sirena. Rápidamente verificó el contenido de la bolsa. Un revólver
y una navaja descansaban sobre un colchón de dinero.
Rafa
llevó a Iñaki al coche patrulla y Ricardo se situó delante de
Edurne.
–¿Por
qué lo has hecho? –preguntó con la voz ahogada.
Edurne,
no contestó; solo le miró a los ojos. Sabía que en ellos
encontraría la respuesta. Era la única persona que podía
entenderla solo con la mirada; lo supo desde que la cruzara con él
por primera vez, esta mañana. No podía tener secretos para ese
desconocido. “¡Lástima que fuera guardia civi! ¡Ironías de la
vida!” –pensó.
Ricardo,
entendió que no dijera nada. Ahora vio unos verdes ojos serenos. Y
aunque serían otros grilletes los que atarían su cuerpo, los del
alma se habían abierto.