Bodegón de Omar Ortíz
Su abuelo
hacía un año que había fallecido. Jamás lo olvidaría. No solo
por la imagen de su cuerpo yacente en la vieja cama de bronce, sino
porque ya nunca podría escuchar las historias que le relataba de la
guerra y post-guerra. Cuando contaba alguna de sus increíbles
narraciones, Juan le atacaba con un sinfín de preguntas. A sus once
años, no podía evitar comparar su modo de vida, con la infancia que
había llevado su abuelo, llena de penurias y calamidades.
Aunque
quedaba algo más de un mes para las vacaciones, hoy había viajado
hasta el pueblo para asistir a la misa de aniversario “por el
perpetuo descanso del alma del abuelo”, según le había contado su
madre. Todos los veranos, desde que nació, los había pasado en esa
aldea situada entre pinares, y suponía que seguiría así, pues su
abuela aún vivía en la casona y no quería dejarla por nada del
mundo; pese a estar sola.
Después del
acto religioso, mientras su madre y su abuela preparaban la comida,
Juan deambuló por la vieja casa. Se
dirigió al sótano. Abrió con cuidado la trampilla de madera y bajó
por las desgastadas escaleras de adobe. Un olor a humedad le inundó
con rapidez los orificios nasales. Le olía a recuerdos. Los que
perdurarían en su memoria porque no quería olvidar nunca. Miró
alrededor y aspiró fuertemente cerrando los ojos.
De repente
oyó una voz tras él.
–Dinos de
una vez ¿dónde la has escondido?
Juan,
asustado por la sorpresiva pregunta, y luego por la imagen de los dos
hombres con capa verde y tricornio que se encontraban situados al
otro lado de la estancia, no acertó a mediar palabra.
–No nos
has oído. ¿Dónde está? –añadió el más alto.
–... No sé
de qué me hablan –acertó a decir Juan.
–No te
hagas el tonto niño, que nos han informado que te llevaste una, ¿o
acaso ya te la has comido? –dijo el otro.
Juan seguía
parado sin mover un músculo, como si al hacerlo fuese a
materializarse lo que tanto interés despertaba en esos hombre. No
entendía nada. ¿De dónde habían salido esos dos guardias
civiles?, ¿y con esa ropa tan rara? “¿Qué se supone que he
escondido?” –pensaba.
–Pero
bueno ¿vas a responder, o te tendremos que llevar al calabozo?
–amenazó el bajito.
–Si yo no
he cogido nada –respondió Juan titubeando.
–Todos los
críos sois iguales, unos jodidos mentirosos... como el mio –comentó
el alto, acercándose amenazante–. Me vas decir ahora mismo dónde
has guardado la naranja que has robado a D. Aniceto.
Ahora si que
no entendía nada. ¿Una naranja? ¿Robado? ¿Y quién era ese D.
Aniceto? De pronto le vino a la memoria una historia que le contó su
abuelo.
“–Era
un día de verano, estábamos Mateo y yo jugando al aro cerca de la
casa de D. Aniceto. Era el hombre más rico del pueblo. ¡Fíjate que
hasta compraba fruta!, cosa que los demás no podíamos ni olerla;
miento, eso sí, porque nos comíamos las mondaduras de alguna que
otra naranja cuando las desechaba. Era muy mala persona, y solía
tirárnoslas como si fuéramos perros... pero hijo ¡lo que hacía el
hambre! Íbamos a cogerlas a pesar de tener que aguantar sus burlas y
risotadas.
A lo que
iba... esa mañana se me escapó el aro cuesta abajo y fue justo a
parar al lado de la puerta del citado “personaje”. Con tan buena
o mala suerte, que allí en medio, había una hermosa naranja. Mi
intención fue entregársela, pues pensé que se habría caído del
cesto, pero llegó Mateo y me convenció para que nos la
lleváramos... que total el viejo no se iba a enterar. Así que nos
fuimos corriendo a nuestro escondite, y nos la comimos, eso sí
guardándonos cada uno su media parte de cáscara para más tarde.
–¿Y se
enteró D. Aniceto?
–¡Pues
claro que se enteró! El muy rácano las debía tener contadas;
además como nos había visto rondar por allí, y para hacer más
fuerza en su denuncia, dijo que nos había visto cogerla. Total que
nos envió a dos guardias para interrogarnos.
–¿Y
qué pasó abuelo?
–Pues
que a mi me pillaron en el sótano y a punto estuvieron de darme una
paliza, sino hubiese sido porque llegó mi madre en ese momento.
Registraron toda la casa.
–¿Por
una naranja?
–… por
una naranja, pero ten en cuenta que era un bien muy preciado, pues
casi nadie en aquella época de tanta necesitad, se podía permitir
el lujo de tenerlas.
–¿Y
encontraron algo? ¿Y tu amigo?, ¿qué pasó?
–A
Mateo no le ocurrió nada, porque el muy ladino se comió la monda de
la fruta antes de llegar a casa. Y yo la escondí tan bien, que no la
hallaron.”
–Ya está
bien chaval –dijo el guardia alto zarandeando a Juan por los
hombros– o nos contestas ahora mismo, o …..
–Juan
despierta, ¿me oyes?, que te has quedado dormido. ¡Con el frío que
hace aquí!, para coger un resfriado.
–¡Mamá!
¿eres tú?
–Pues
claro hijo. Sabes que no me gusta que bajes aquí solo.
–Ya...
perdona –dijo desconcertado.
–Bueno ya
que estás aquí, ayúdame a llenar el cesto de patatas.
Mientras
echaba los tubérculos al canasto, su mente giraba alrededor del
extraño sueño. Era tan real que todavía sentía el aliento con
olor a tabaco del guardia que le zarandeó. ¡Pobre abuelo!, el miedo
que debió de pasar.
Retiró una
hermosa patata y sus ojos descubrieron una corteza de naranja de un
color tan intenso que parecía recién cortada. ¿Era su imaginación?
No, porque su madre la cogió extrañada y la retiró a un lado.
Genial Teresa, atrapante historia, leia tal cual el pequeño escuchaba las historias de su abuelo, vaya forma de escribir.
ResponderEliminarTe felicíto.
Un beso
Las historias de los abuelos, a todos nos fascinaron de niños; está tan maravillosamente escrita que me parece parte de la realidad que viví de niño. Gracias por compartir estos trozitos de nuestros recuerdos.
ResponderEliminarBesos
Cuantos recuerdos me trae esta historia Teresa...bellísimos recuerdos de mi infancia, en la que todos los atardeceres , junto a mi abuelo, me sentaba en el jardín de mi casa y esparábamos el anochecer, entre largas charlas y anécdotas, ansiosos por quién de los dos veía la primera estrella iluminar el cielo...momentos que marcan a fuego la vida de un ser eternamente...
ResponderEliminarUna delicia este relato amiga!
Te dejo un beso grande y todo mi cariño!
Un historia tierna y nostálgica.
ResponderEliminarNos llevas a la infancia y a períodos históricos difíciles de obviar.
Enhorabuena por tus letras, Teresa.
Un abrazo.
que bonita historia... pensar que en esos tiempos difíciles había gentes así de egoístas, es una mágica historia familiar, saludos querida amiga
ResponderEliminarMuy bonito Teresa, y efectivamente nos hace recordar con nostalgia aquellos viejos cuentos que nos contaban los abuelos.
ResponderEliminarBesos.
Yo no conocí a los abuelos...
ResponderEliminarpero hago las historias mías, y si se que en los años del hambre, por "robar"...una naranja,un melón, o una gallina...
a muchos se les caía el pelo....
Un beso grande amiga.
Bueno, acostumbrado como estoy a leerte (aunque sea en otros lares), no me sorprende la historia...Pues en cierta manera ya lo conseguiste con anterioridad.
ResponderEliminarte confesaré que me ronda desde hace tiempo la idea de construir una novela con las vivencias y recuerdos de mi abuela (85 años gasta, y la única que me queda); su madre, mi bisabuela, fue presa política en la guerra civil. y de aquella época y miserias me suele hablar. sirvió en casas tanto en Barcelona como en Madrid; y llegó a conocer a Carmen Polo. Bueno, y un etc. así que, argumentos, tengo. Pero tiempo al tiempo
1 saludo Teresa
Misteriosa historia.
ResponderEliminarPor qué no??? siempre nos rodea el misterio :)
Los lugares quedan impregnados, dicen, y yo lo creo.
Teresa, me gustan mucho tus relatos, los disfruto enormemente.
Besos
Hummmm
ResponderEliminarun relato impresionante,
una historia mágica,
felicidades
tiene una bella redacción
Un relato excelente. Surrealista, casi.
ResponderEliminarBien escrito.
Un abrazo.
Que decir que no sepas, de como escribes.
ResponderEliminarTienes el don de saber transmitir tal cuál lo sientes y hacerlo llegar a los demás.
¡Gracias teresa por compartir!.
que historia nostálgica.
ResponderEliminarGracias por vuestra lectura amigos.
ResponderEliminarLas narraciones de los abuelos (y de los padres) siempre quedarán grabadas en nuestra memoria, y las pasaremos a nuestros hijos, porque son historias que no pueden quedar en el olvido.
Besos y abrazos.
Se recuerdan, con cariño, las batallitas de los abuelos, ellos no tuvieron que cambira pañales a sus nietos ni pasear cochecitos, como los de ahora, pero dejaron en la memoria de sus hijos y nietos las enseñanzas que da la escuela de la vida, las que se aprenden sin estudiar y las que nunca olvidamos.
ResponderEliminarCostumbres perdidas que nos alejan del núcleo de la sociedad; en parte por nuestro egoismo y la competitividad de la vida moderna: ahora a los abuelos, si no los explotamos como mas de cria y niñeras sin sueldo, los encerramos en asilos donde pierden el contacto familiar, pues nos olvidamos de ellos y nos los visitamos.
Excelente historia, me has tenido todo el tiempo, con el corazón encogido.
ResponderEliminarMuy triste aquellos tiempos, tan lleno de penurias para muchos, también mi abuela me contaba.
Un beso, muy buena noche
Excelente y entretenida Historia. Entrelazadas historias en el Tiempo protagonizadas por un niño y su recordado abuelo. Maravilloso relato. Magnífica asociación de tiempos, de sueños, de realidades...de protagonistas tan especiales...El niño y su abuelo.
ResponderEliminarUn abrazo, Teresa.
Excelente historia. Me ha pasado de soñar algunas historias contadas, sobre todo por mi padre, pero nunca habia signos como en este caso.
ResponderEliminarMis felicitaciones
Un abrazo
Fascinado con el cuento. Gracias.
ResponderEliminarPd: Muchas gracias por tus palabras en el blog.
Gracias al resto de amigos. Un placer vuestro cariño.
ResponderEliminarBesos y abrazos.
Teresa,nos has relatado un cuento mágico,donde se funden la realidad y el sueño a partes iguales...¡¡Qué maravilla...!
ResponderEliminarEl nieto entró en el sueño al alma del abuelo y sintió lo mismo que él...Mi felicitación por tu maestría y buen hacer,amiga.
,Mi abrazo grande y mi ánimo siempre.
M.JESÚS
Excelente, Teresa. Esta historia es magia pura. Magia con encanto e historia viva.
ResponderEliminarMe ha encantado de veras.
Cuántas historias hay tras aquellos años de la posguerra.
Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
Gracias María Jesús. Gracias Mos. Las historias de los abuelos siempre tenían un halo de intriga o misterio. ¿o quizá eran ellos, que sabían cómo contarlas?.
ResponderEliminarBesos y abrazos.
Me ha encantado tu cuento, me ha recordado a las historia que me contaba mi abuelo...Hoy gracias a ti le he rcordado.Me encanta como escribes, nos metes completamente dentro del relato. Me encanta. Un bessito
ResponderEliminarGracias por tu paso Men. Me alegro que haya tenido un bonito recuerdo.
ResponderEliminarBesitos.