Te
debo el cielo de otoño
de
quejidos cuajado;
la
muda boca que suplicó tu piel de mar.
Te
debo los versos heridos
que
empañan mis lunas;
y
este rostro repleto
de
horas que no cicatrizan.
Te
debo mis ojos clavados
de
excusas absurdas;
mis
noches hundidas
entre
la embriaguez y el miedo;
el
manto generoso que me brindó tu silencio,
y
que cubre mis pasos en una vida que estorba.
Te
debo el ciprés de mi jardín
que
mueve entristecido su sombra.
Te
debo... los crespones de mi alba muerta.