(Óleo de Carolina Torres)
Y
otra tarde más las agujas avanzan lentamente
apuntando
al frío metal que las acorrala,
y
a lo lejos las frágiles sombras
de
apariencia desconcertada se esconden
con
premura de la sorda inclemencia,
y
mis ojos –que aprendieron de los tuyos–
se
han cegado tras el cristal.
Y
empieza a llover, cuando mi memoria
cuenta
los lunares de tu espalda,
y
mi dedo, evocador los dibuja
en
el húmedo empañado.
Y
le pregunto a la lluvia
–que
es docta en conducta humana–,
¿acaso
una lágrima no lastima más que un puñal?
Y
ella detiene un segundo su golpear
para
acto seguido desplomarse herida hacia el hueco
de
unas calles sucias y casi desiertas.
Todo
es espejo oscuro, ausencias que persisten,
y
caminos que ya no importan.
Y
sigue lloviendo por ambos lados de la ventana.