Siempre he
creído que los sueños están relacionados con algo que nos
preocupa, o que nos ha impactado durante el día. Los míos no sé si
serán abundantes, o no, porque solo suelo recordar pequeño
fragmentos, pero me gusta buscarles un significado.
Hace cinco
años, me ocurrió un hecho curioso. Soñé que me encontraba con
Pedro. Éramos amigos de la infancia, y por vicisitudes de la vida
tomamos caminos separados después de la universidad. En el sueño,
estábamos jugando a las canicas. Ya me había ganado una blanca y
dos azules. De repente no fue la bolita la que salió rodando, sino
él, y después de recorrer así varios metros, se metió en un coche
negro, tipo ranchera, y desapareció de mi vista. En ese momento
desperté con dolor en el brazo, como si fuera yo el que se hubiese
revolcado por el suelo. Estuve intentado encontrarle un significado
coherente, pero no hubo manera. Dos días después se puso en
contacto conmigo Manuel, un amigo común, y me soltó a bocajarro que
Pedro había muerto en un accidente. Qué decir de cómo me quedé.
Lo mismo
pasó hace un año con una vecina con la que apenas teníamos trato.
Soñé que haciendo montañismo se resbalaba por una larga pendiente.
Su recorrido fue lento, arañándose con cada matorral que encontraba
a su paso. Yo intenté descolgarme por unas enormes lianas que se
entrecruzaban como una maraña bajo las copas de los frondosos
árboles. Cuando apenas quedaban dos metros para llegar al saliente
donde se había quedado enganchada, una gran ola saltó del río
arrastrándola hacia sus aguas negras. El mismo dolor en el brazo me
hizo presagiar una desgracia. Ocho días después nos enteramos que
había fallecido tras una larga enfermedad.
Hoy me he
acostado un poco inquieto. Notaba una extraña sensación que me hizo
recordar estos dos acontecimientos narrados. Pensé en mi familia.
Que yo supiera no tenía a nadie enfermo, y ninguno de mis hijos iba
a coger esa noche el coche. Después de dar bastantes vueltas y
llevarme un pequeño rapapolvos de mi mujer, conseguí conciliar el
sueño. Nos encontrábamos mi querida esposa y yo de vacaciones en un
transatlántico. –¡Claro!, dentro de un mes hacíamos las bodas de
plata–. Estábamos celebrándolo. Ella vestida de tul blanco, y yo con
smoking negro. Bailábamos al son de la bella música. ¡Qué bien lo
hacía Elisa! También es verdad que era una alumna aventajada, y cuando me apunté a las clases, ya llevaba tres meses gastando suela. De pronto empezó
a girar como una peonza, y también todos los pasajeros que se
hallaban en la pista. Al ir a sujetarla me caí de bruces sobre ella,
y encima de mí un señor orondo. Otra vez ese dolor en el brazo.
Desperté con miedo. Miré a mi alrededor y vi a Elisa descorriendo
las cortinas. ¡Uf, está bien! Esta vez sí que ha sido un maldito
sueño. Estaba tan hermosa recién levantada con su pelo alborotado.
Se giro y se acercó a mi. Se expresión cambió bruscamente. Unos
ojos llenos el horror, me dijeron que ahora el muerto era yo.