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11 de junio de 2013

UN CORTO PASEO

 




























Bajo la empinada cuesta que deja atrás el pueblo. Un pueblo aún impregnado de la soledad invernal, donde sus todavía escasos habitantes sueñan con el estío, mientras añoran la típica primavera con suaves lluvias, exenta de tanta nube negra y este álgido viento.

Tan solo a mi derecha resurgen de nuevo los escasos huertos cultivados. El resto son terrenos que sus dueños, ya mayores, dejaron liegos para banquete de la ambiciosa y avara broza.

Y el “Abión”, silencioso, que parece bajar olvidado antes de alcanzar el puente, atraviesa los ojos de hormigón para llorar espuma. Más abajo, su cauce, otra vez con sombra luctuosa, se alarga entre chopos reventones y vegetación generosa. Y así con arpegio cambiante, con rostro versátil, va renaciendo en las horas tristes para inexorablemente morir un segundo después.

Ya en la “carrera” contemplo el verdor del trigo a un lado y el tono más suave de la cebada al otro. Mecidas sus espigas por el viento parecen dialogar sobre la eternidad, y yo en medio mirando para ambos lados sin decidir por cual de los campos echar a correr.

Simplemente Soria, con sus sueños y silencios.
Caminante con su frialdad a cuestas,
que porta dormida la mano del poeta.

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