Se jugaba al
azar el destino de sus posibles víctimas. Llevaba cinco años con
este modus operandi. Si la solitaria mujer le miraba directamente a
los ojos, ganaba él; si por el contrario no se cruzaban las miradas,
ella seguiría con vida.
Marta
caminaba por las calles aledañas a su casa. Las altas temperaturas
hacían que los perros y sus dueños paseasen de noche. Hoy era
especialmente tarde, y en todo el trayecto apenas se tropezó con un
par de personas.
El asesino
era tramposo en su propio juego. Contaba con varios ases en la manga.
Conducía un flamante ferrari rojo, la música ligeramente elevada, y
un atractivo rostro que no dejaba indiferente. Vio cómo al final del
bulevar, una joven mujer cruzaba con su perro. Si seguía su suerte,
apenas habría una distancia de tres metros entre sus miradas.
Por el
contrario Marta aceleró un poco el paso. Estaba cansada y deseosa de
acostarse. Atravesó el paso de peatones y continuó por la acera
dejando a su izquierda el pequeño parque que frecuentaba de día.
Una alegre música empezó a inundar sus oídos.
Aminoró la
marcha del impresionante deportivo, intentando llamar más la
atención. Se extrañó que la mujer no hiciera ningún gesto que
delatase una pizca de asombro o admiración. Tenía que hacer algo.
No podía dejarla escapar. Bajó el volumen de la radio, y dejando el
coche en punto muerto, elevó el tono de su voz.
–Perdone,
me he extraviado. ¿Podría ayudarme?
–Por
supuesto –contestó ella desde la acera ¿Qué calle busca?
No podía
creer, que no se dignase ni a echarle un ligero vistazo. ¿Acaso
conocía su juego? Nunca se había saltado las reglas, tal vez porque
nunca lo necesitó. Bajo del vehículo dispuesto a forzar ese cruce
de miradas. Mientras salvaba los últimos metros que le llevarían
hasta su presa; ella, ignorante, repitió de nuevo la pregunta.
Marta se
sobresaltó cuando un hálito con olor a menta, inundó de repente su
cara. Sus ojos sin luz pestañearon dos veces, y su mano sujetó con fuerza la correa del perro.
–Lo
siento, me he equivocado –dijo la torpe voz del asesino mientras
retrocedía desconcertado.
Ella siguió
su camino; ignorando que esa noche, el azar había estado de su
parte.