SOLILOQUIO DE AMOR (LAS LUCUBRACIONES DE
D. IGNACIO)
D. IGNACIO)
–Puede que la paciencia descarrile en el reloj interminable de tu ausencia y
queden abiertos los nidos del crepúsculo constante de tu corazón.
En tus sentimientos dejaré sabanas de ansiedad que no pueden
resistir el sinsabor de un mañana que no entenderé.
Si no escuchas el
papel que reprime los intentos condenados de besar en la distancia,
el regreso a los recuerdos bastarán para olvidar tu cara. Me basta y
me sobra los espejos de mi intuición para separar amaneceres que
bien podrían llevarme a una existencia de pesadillas.
-¿Perdón?... no
entiendo nada ¿que quiere decir? D. Andrés –preguntó solícita
Esther.
–Nada...
que está enamorado –contestó D. Ignacio, mientras alzaba la vista
del libro–. Bebe los vientos por Conchita.
–¿Usted
como lo sabe? ¿Se lo ha comentado?
–Para
nada... pero entiendo su inquietud.
–¿Y
cómo es eso?
–Porque
los cuerdos suelen amar locamente, pero los locos en sus desvaríos
de amor aman como los cuerdos, y Andrés lleva padeciendo de este mal
desde que la conoció.
–¿Y
ella? ¿No le hace caso? –preguntó la enfermera, curiosa.
–¡Claro
que sí! ¿Quien le ha dicho lo contrario?
–Pensé
que sus palabras eran de sufrimiento.
–Y
lo son, pero solo porque cree que así es más romántico su amor.
–Sigo
sin entender nada –comentó la joven.
–Mi
querida Esther –dijo D.Ignacio mirándola con dulzura– ¿Sabe
quien era Jhon Dryden?
–No.
–Bueno,
pues ya lo averiguará. Solo quédese con esta frase suya: “La
locura es un cierto placer que solo el loco conoce”.
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