Una vez dentro, me centré
en los dos aposentos que había visitado hace unas horas. En el salón
apenas me entretuve, ya que estaba casi convencida que el
interrogante que me agitaba, se hallaba en el dormitorio. Cuando
por fin entré en el habitáculo en cuestión, no pude evitar que un
escalofrío recorriera mi cuerpo. La figura de Ernesto todavía la
tenía presente.
Pisé de nuevo mis
anteriores huellas al dirigirme hacia la cómoda. Los enseres
personales seguían con un orden minucioso. Levanté la cabeza y mis
ojos asombrados se reflejaron en el espejo. “¡La fisura! ¡La
encontré!”. Todo estaba en su sitio, ¡claro!, menos... ¡el
pañuelo! Un pañuelo que no pertenecía a Rosalía, y que yo había
visto en otras ocasiones en poder de... su asesino. Porque ahora
estaba convencida que la habían asesinado. ¿El motivo?... Era un
misterio... de momento.
Estaba decidida a llegar
al final y la única prueba que tenía era ésa. Bueno prueba entre
comillas –dudé de pronto–. “Tal vez la prenda estuviera ahí
desde hacía un semana, por ejemplo. ¡Imposible! Las personas tan
ordenadas no soportan nada fuera de su sitio”.
La puerta del recibidor
me sacó de la reflexión. Las luces de la entrada se encendieron.
Cerré rápido el cajón y me escondí detrás de la butaca, apagando
la linterna con manos temblorosas. Unos pasos sin prisa, se encauzaron hacia el dormitorio. El casi imperceptible ruido de las
zapatillas se dirigía lento hacia su meta. Intuí la rugosa mano
dando el interruptor de la luz. Seguro que venía a por el pañuelo.
Tenía que salir para impedir que desapareciera con el único
elemento que demostraba su implicación, pero la aparición de un
tercer personaje, hizo que cambiara de opinión.
–¿Qué haces aquí
Isabel? –preguntó Ernesto con voz contundente.
–¡Ernesto! Me has
asustado –dijo con entonación melosa–. He venido a recoger un
pañuelo que presté a Rosalía.
–¿Que le
prestaste?... ¿o que te dejaste olvidado?
–¡Qué más da! El
caso es que hasta hoy no lo había echado en falta –siguió en el
mismo tono.
–¡Ya! Y no lo has
hecho hasta que no has visto a Enriqueta en el funeral con el suyo,
¿verdad?
–Sí... pero no sé a
qué viene tanto interrogatorio.
–Viene, a que tú
mataste a Rosalía, y esta tarde te has dado cuenta que había una
prueba que comprometía tu presencia esa noche.
–¡Pero te has vuelto
loco! No sabes lo que estás diciendo.
–Lo sé, porque yo
estuve con ella esa noche, y el pañuelo no estaba cuando me fui. Sin
embargo, cuando descubrimos el cuerpo lo vi en esa butaca. Donde tú
lo dejaste olvidado. Aunque dudaba por su semejanza, si era tuyo o de
Enriqueta... hasta esta tarde. Para evitar cualquier tentación de
robo, vine el viernes por la noche a esconderlo.
–Así que confirmas
que teníais un romance –gritó Isabel fuera de sí.
–Sí ¿y qué? Rosalía
era la persona más atenta y solidaria que he visto nunca, aparte de
Elena –añadió orgulloso y liberando su carga oculta– Y tú...
–Y yo ¿qué? –dijo
volviendo a su antigua cálida voz– Yo... puedo decir a la policía,
si se te ocurre llamarla, que todo ha sido manipulado por ti. ¿Qué
motivos iba a tener una pobre vieja para matar a su amiga?...
ninguno. Y sin embargo, “su amante”... muchos; como por ejemplo:
¿celos?, ¿maltrato?, ¿dinero? ¿Qué opinarían si declarase todo
esto y mucho más que me pudo haber contado? Además creo que no soy
la única que lo sabía. Carlota me preguntó, ¡eso sí! con
diplomacia, si yo era la única que tenía llaves... conque algo
sospechará.
–¡Como pudiste! –dijo
Ernesto, dando por acabado el duelo verbal y la búsqueda de un
reconocimiento de los hechos.
–¿Que cómo pude?...
Lo hice por ti. Porque te quiero. ¿No lo entiendes? –añadió
siguiendo con su suave modulación.
–¿Entender? ¿Cómo
voy a entender un asesinato?
–Me enamoré de ti
desde que llegaste. Al fallecer Elena, vi el camino abierto. Pero
Rosalía –añadió con rabia– se metió en medio. Y tú solo
tenías ojos para ella. Cuando descubrí vuestros encuentros
nocturnos... creí volverme loca. Ya no tenía ninguna posibilidad.
Había dejado de oír a
“la Isabel” que todos conocíamos; afable y educada. Sus cambios
de entonación me hicieron imaginar una persona esquizofrénica.
–Así que decidiste
matarla –aseveró Ernesto.
–Sí –añadió fuera
de sí–. Aproveché que dormía para inyectarle insulina. Pero no
vas a poder demostrar ni que estuve aquí, ni que lo hice, por que
ahora mismo me vas a decir dónde has escondido el puñetero pañuelo.
Luego saldré por la puerta y desapareceré con la ¿prueba?... ja,
ja, ja –dijo riéndose como una loca.
–No vas a ir a ningún
lado –solté saliendo de mi escondite.
Isabel se giró rauda, e
incrédula ante mi aparición. Me miró desesperada, y luego a
Ernesto. Éste, sin embargo, no mostraba asomo de sorpresa.
–Llama a la policía
–dijo Ernesto.
–No puedes hacerme
esto –gritó histérica.
–No solo puedo, sino
que estoy deseando. Rosalía merece descansar en paz.
–¿Y las dos
indigentes?, ¿es que han muerto inútilmente? –preguntó
amenazante y viéndose acorralada.
Yo dejé de marcar y
Ernesto se estremeció. Tuvo que apoyarse en la cómoda ante la
súbita debilidad que le sacudió.
–¿Qué quieres decir?
–añadió, intentado desoír las palabras irremediables que Isabel
iba a pronunciar.
–Que también las
maté... por ti, siempre por ti –dijo moviéndose hacia Ernesto y
alargando la mano hacia su cara.
–No... puede ser
–añadió éste, echando un paso hacia atrás.
–Claro que sí,
cariño. Todo el día estaban detrás de ti. ¿No lo veías? Solo con
escusas. Eran a ti a quien querían conquistar, y no lo podía
permitir. Antes estaba yo.
Ni Ernesto, ni yo,
salíamos de nuestro asombro. En un momento de lucidez, aproveché a
poner el móvil en modo grabación.
–¿Y como las mataste?
–pregunté con voz apacible para no sacarla de su ofuscación.
–¿Cómo? –dijo
obviándome y sin dejar de mirar a Ernesto.
–A Elisa, con heroína
adulterada, fue muy fácil; y a Juana de un golpe en la nuca. Luego
tuve que darla contra el banco para que pareciera un accidente.
–¿Y con qué la
golpeaste? –añadí cautelosa.
–¿Qué más da con
qué lo hiciera? –dijo encolerizada y girando la cabeza hacia mí–.
El caso es que están muertas, y Rosalía también.
Avanzó un paso hasta
Ernesto.
–Ahora tan solo me
tienes a mí. Yo nunca te voy a dejar. Te lo prometo –añadió
cambiando a un tono sosegado.
Ernesto seguía en otro
mundo distorsionado de la realidad, y ante la imposibilidad de
reacción, resolví efectuar la llamada interrumpida.
–Y tú... ¡zorra!
–dijo con voz áspera y volviendo su endemoniado rostro hacia mí–
¡quédate quieta! ¿Qué te crees que no he visto como has intentado
camelarlo?
Se dirigió presurosa
hacia una escultura de bronce que descansaba en el ganchillo de la
cómoda. Como un animal salvaje defendiendo su territorio, se
encarriló hacia mí. Apenas me dio tiempo a esquivar un golpe,
cuando volvió a voltear la figura para intentar descargarla con
fuerza sobre cualquier parte de mi cuerpo. Estaba tan cegada, que ni
veía. Otra mano retuvo la suya justo a tiempo. Ernesto se había
aproximado por detrás, y truncó lo que pudo haber sido otro
asesinato.
Isabel regresó de su
trance paranoico, pero su mirada estaba perdida en algún lugar, o en
algún tiempo. Como una niña se dejó guiar sin oponer resistencia.
Sentada en la butaca, con las manos cruzadas sobre el regazo,
esperó... y pareció asimilar la forma en que su vida había
acabado. Sin besos, sin abrazos, sin amigos, sin cariño. Sin todo
eso que necesitamos en la juventud y que se acrecienta en la vejez.
El sonido de las sirenas
irrumpieron en el silencio de la noche, y las luces de las casas
vecinas iluminaron la oscuridad.
CAPITULO NUEVE – EL
FINAL
El día siguiente, en
cuanto al tiempo, fue una réplica de los quince últimos: seco y
caluroso. Estos factores, no hicieron que los vecinos buscaran el
frescor de sus hogares. El último suceso y la parafernalia
irremediable que se montó a su alrededor, provocó que la calle
perdiera su tranquilidad. Los reporteros de prensa, radio y
televisión, se unieron a la amalgama de gente que inundaba el
barrio. Tuvieron tema de conversación para los largos paseos de
verano, las largas tardes de invierno y los largos días de sus
vidas.
Los fallecimientos de
las dos indigentes, estaban siendo investigados por la policía.
Nuestras declaraciones y la posterior confesión de Isabel, dejó
zanjados tres expedientes que nunca deberían haberse abierto, de no
haber sido por la locura y los celos de una mujer desquiciada.
Ernesto me explicó que
esa noche me vio cruzar la calle. Siempre le estaré agradecida por
lo que hizo, pero nunca le dije que desconfié de él. Quedó en la
creencia que la incesante vigilancia se debía a mi sospecha ante una
posible aventura con Rosalía.
Las dos casas
colindantes y continentes de los desdichados hechos que destrozaron a
sus familias, fueron puestas a la venta. La otra... la iniciadora, la
introductora de esta historia, sigue igual. Con el mismo
protagonista, la misma escena casi clónica, pero con una diferencia
añadida... la sonrisa placentera ya no acompaña al humo.
Anda!!! :)
ResponderEliminarYa me olía que Ernesto no era, pero ha sido una sorpresa, qué bueno.
Has mantenido la intriga y el interés hasta el final, Teresa, y con culpable, al menos para mi inesperada (en este caso)
Te felicito, Teresa.
Besos
Al fín he podido comprobar que las dudas que tenía de que Ernesto no era el asesino no eran fundadas. Como en la mejor novela de suspense el asesino es el que menos te esperas.
ResponderEliminarGracias por esta semana de intriga tan apasionante, me ha gustado mucho la novela.
Besos
El asesino nunca es el que lo parece...
ResponderEliminarPero la intriga ha estado llevada hasta el final, con suspense, inquietud, ansiedad...¡¡¡Magnifica escritora¡¡¡
Queremos otra¡¡¡¡
Un gran abrazo y muchos besos.
Teresa no te he podido comentar en el anterior capítulo, pero te aseguro que lo he leído, y este por supuesto. Esto ha sido como un encierro de los Sanfermines, "para quien le guste este tipo de festejos taurinos por supuesto·. Emoción y suspense hasta el final. Hemos descargado gran dosis de adrenalina que nunca viene mal. Enhorabuena criatura por este talento del que estás dotada.
ResponderEliminarBesos Teresa.
FELICITACIONES!!!
ResponderEliminarnos mataste con el asesino
mantener el suspenso es todo logro y un mérito absolutamente genial
pocos son los autores que dan con este equilibrio y concisión en Novelas cortas, por lo general se desinflan antes jajaja
Mi aplauso y elogio para tu duende Teresa
y los deseos de que sigas cultivando este tipo de trabajos
besitos y luz
HOLA QUERIDA TERESA
ResponderEliminarTE DEJO TODO MI CARIÑO, DISCULPA MI TORPEZA PERO COMO NO HE SEGUIDO LOS CAPITULOS ME HE QUEDADO A MEDIO CAMINO.
UN BESO ENORME
Aunque ésta lectura no sea mi fuerte reconozco que pululan buenos relatos por aquí.
ResponderEliminarUn placer leerte.
Premio!!! Ernesto es inocente. Vaya con isabel: loca de celos y enferma.
ResponderEliminarEnhorabuena por mantener el suspense y montar tan bien esta farsa con tintes de novela negra.
Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
Bueno, yo he seguido los capítulos, y dejando al margen la intriga que es lo más llamativo, me quedo con la forma de narrar en la que se aprecia un cierto grado de "profesionalidad" necesaria para enganchar al lector. Enhorabuena.
ResponderEliminarGracias por vuestros elogios amigos, pero lo más importante es que hayáis disfrutado con su lectura. Me alegro mucho por ello.
ResponderEliminarBesos y abrazos.
¡Muy buena historia! final para nada esperado, pobre Ernesto desconfié de él desde el principio jaja
ResponderEliminarBesos
Me imaginaba que Ernesto no era el culpable, pero cada vez que aparecía en escena los latidos se ponían a 100 por hora. Lo de Isabel fue un poco sorprendente...pero era la más candidata.
ResponderEliminarMagnífico Relato. Me ha enganchado por completo.
¡Ay Teresa! ¡Cuanto me pierdo por no poder más!
ResponderEliminar¡Vaya relatos -vaya relatos!
Estuve dando un paseo por ahí a bajo y me ha encantado todo lo escrito. Eres una escritora fantástica, te desenvuelves con tus letras como pez en el agua. Enhorabuena. Teresa. Ha sido un placer.
Procuraré pasar un poco más por esta casa -tu casa.
Gracias por compartir tus preciosas letras.
Te dejo mi abrazo y mi agradecimiento.
Gracias Verónica, Pedro y Marina. Estoy encantada con que hayáis disfrutado. Seguiremos a la vuelta.
ResponderEliminarBesos y abrazos.
Teresa sabes manejar muy bien los personajes y la intriga, llegue a creer en la culpabilidad de Ernesto, pero otro final estupendo
ResponderEliminarAbrazo
Perdona, donde dice: "Rosalía regresó de su trance paranoico...."
ResponderEliminarNo deberia decir Isabel?
¡Hola Lapislazuli! Tienes razón, se me fue el nombre que no era. Lo voy a modificar ahora mismo. Gracias por avisarme del despiste y gracias por tu seguimiento.
EliminarBesos y abrazos.
Teresa,he leido los capítulos anteriores y he llegado al final,que me ha sorprendido muchísimo...IncreÍble a lo que puede llegar una mente obsesiva y perturbada.
ResponderEliminarMi felicitación por la constancia,destreza y labor policiaca que has demostrado en todos estos capítulos,donde la protagista,nos ha enredado en sus sospechas y cavilaciones,amiga.
Mi abrazo inmenso y feliz viaje de nuevo.
Hasta pronto,Teresa.
M.Jesús
Genial me lo he pasado bomba con esta mini novela. A si que la mala era ella jajaj ves como no se puede desconfiar de las apariencias?. El amor es capaz de todo...bueno y malo. Me quito el sombrero vecina. Un bessito
ResponderEliminarHola Teresa pensaba que el asesino era hombre y resulto ser mujer... fin de la intriga.
ResponderEliminarEl amor patológico y enfermizo puede dar lugar a casos de este tipo.
Un abrazo de MA.
El blog de MA.
Gran final para una historia que nos ha mantenido la duda hasta el final.
ResponderEliminarSiempre sospeché del pobre Ernesto y ahora me alegro de que no fuese él el asesino.
Te felicito
Abrazos
Gracias Maria Jesús, Men, Ma y Trini. Ya sabemos que las apariencias engañan y estos "viejitos" con tanta experiencia, jugaron bien al despiste jajajaj.
ResponderEliminarBesos y abrazos. Nos seguimos.