Obra de Paul Delvaux
El corazón le palpitaba como una colegiala enamorada.
En apenas tres horas, Patricia tomaría el tren que la llevaría
hasta Zaragoza. Dos sábados al mes, quedaba con Juan a medio camino
entre Madrid y Barcelona, y precisamente hoy hacía un año que se
conocieron en un “chat”.
Además de su bolso, transportaba una pequeña maleta
con ruedas. Pasó por el salón para dejar una escueta nota de
despedida, que su madre leería más colérica, que triste.
Cuarentona de carácter dominante, quedó viuda muy joven, e intentó
educar a su hija de acuerdo con la teoría de los libros de
psicología educacional que caían en sus manos. Se creía una
persona inteligente, sin embargo olvidó exteriorizar las
aportaciones más importante que unos padres deben efectuar para la
formación de un hijo: la comprensión y el cariño. Así paso, que
con tanta dictadura matriarcal, Patricia desarrolló una actitud fría
y distante hacia ella.
El monólogo del taxista era un eco lejano. Su mente
trataba de imaginar la cara que pondría Juan cuando le dijera que se
iba a vivir con él. Estaba segura que después de la sorpresa, la
ilusión se reflejaría en su cara. Era el momento adecuado. Recién
acabada la carrera y sin trabajo a la vista, llevaba tiempo madurando
la idea.
Cuando llegó a la estación, aún quedaban veinte
minutos para la salida de su tren. No tenía el estómago para
echarle nada encima, así que decidió esperar sentada cerca del
andén. Se ajustó el gorro de lana que su madre le regaló las
Navidades pasadas y se enfundó el guante izquierdo; el derecho cayó
al suelo, pero casi ni lo rozó, ya que un joven solícito lo recogió
rápidamente.
–Toma –dijo ofreciéndole la prenda.
–¡Gracias!... y perdona –contestó sonriendo–.
Parece que estoy un poco torpe.
–¡En absoluto! Lo que pasa es que hace tanto frío
que los dedos pierden sensibilidad... Por cierto me llamo David
–añadió extendido su mano.
–¡Ah!, y yo Patricia –dijo alargando la suya.
–¿Dónde vas?, ¿a Zaragoza?
–Sí he quedado allí con mi novio.
–Estupendo, yo también... Quiero decir que yo
también voy a Zaragoza... no que haya quedado con tu novio –las
risas que surgieron parecían cómplices desde la infancia.
La conversación no paró en la hora y media que tardó
el tren en hacer su recorrido. Cuando se despidieron, no sabía cómo
decir que le gustaría mantener el contacto para consolidar esa
incipiente amistad. No hizo falta.
–Bueno Patricia... –dijo David, despidiéndose con
dos besos– ha sido un placer conocerte. Ya sabes donde trabajo.
Cuando quieras puedes venir a verme... y tu novio, por supuesto.
Estáis invitados a la primera ronda.
–...“La Republicana”. No se me olvida. Seguro.
Ignoraban que el encuentro pactado, se produciría
antes de lo previsto.
El tren procedente de Barcelona tardaría todavía unos
diez minutos. De pie y con una sonrisa iluminando su cara, recordó
el primer encuentro con Juan. Hasta aquel día había sido su
confidente, su amigo, su “coqueteo” en la distancia; ese día
sería su fantasía hecha realidad. Las paredes de aquel pequeño
hostal, fueron testigos de una pasión incontenible. Luego vendrían
otros en los que se amaron intensamente, hasta que el cansancio se
adentraba en sus cuerpos y el tiempo imponía una separación que
cumplían a regañadientes.
Había llegado el momento de volver a verle. Ansiosa
buscó con la mirada su silueta a través de los grandes cristales de
los vagones. No lo veía. Empezó a inquietarse. Llegó hasta el
final del andén, y volvió de nuevo a recorrer sus pasos. Todos los
pasajeros habían descendido. Pasados tres minutos, solo ella y su
maleta hacían sombra sobre las frías baldosas de la estación.
En el teclado del teléfono móvil, sus dedos se
movieron nerviosos. No hubo respuesta. Estaba apagado o fuera de
cobertura. Repitió la operación otras cinco veces, sin apenas
intervalo de tiempo entre una y otra llamada. En su agenda no había
otros números donde recurrir en caso de emergencia. Decidió esperar
el siguiente tren; sino iría a Barcelona.
Eran las 12,48 cuando llegó a la Ciudad Condal. La
tenue luz del sol, calentaba ligeramente sus ateridas manos. Con voz
entrecortada le dio la dirección al joven taxista. Miraba absorta
por la ventanilla, mientras la sensación de soledad e inquietud se
acrecentaba por minutos.
Pagó con prisa, y a zancadas cruzó la ancha acera que
separaba la calzada del nº 8. Apretó el botón correspondiente. No
hubo respuesta. Insistió dos veces más. Nada. El desconcierto que
experimentaba empezó a dejar paso al recelo. Ella quería creer que
todo era una terrible confusión, pero su mente no paraba de dar
vueltas a un posible engaño. “Tiene que haber una explicación
–decía en voz baja, quizá para auto convencerse–. Si por lo
menos cogiera el teléfono”.
Una anciana la sacó de su ensimismamiento.
–Perdone joven. ¿Va a entrar?
–¡Oh!, lo siento... estoy en medio.
–No se preocupe.
–Le puedo hacer una pregunta... si no es molestia
–dijo sonriendo Patricia.
–Por supuesto. Diga.
–¿Conoce usted a Juan Ortega... del 3º B?
–¡Pues claro! ¡Quién no! Un joven muy atento...
pero ya no vive aquí.
–Que... ¿ya no vive aquí? –repitió intentando
ocultar su turbación–. ¿Y eso?
–Se marchó a casa de sus padres con su mujer, hace
unos quince días.
Patricia tuvo que apoyarse en la pared. Sus piernas
flaquearon y sus manos comenzaron a temblar ligeramente.
–Una historia muy triste –añadió la longeva y
charlatana vecina, mientras buscaba las llaves en el bolso–. Hace
año y medio, Teresa... ya sabe, su mujer; tuvo un accidente de coche
y se quedó paralítica... ¡vamos!, en silla de ruedas. ¡Con lo
joven que era!... ¡si apenas tenía cumplidos los veinticinco!
Precisamente la vi el otro día en el médico. Es que sus suegros...
los padres de Juan, viven unas tres calles más abajo –dijo
indicando la dirección con un movimiento de cabeza–. Él estaba
todo el día pendiente de ella, pero hace dos meses lo echaron del
trabajo... la dichosas crisis, que nos afecta a todos..., el caso que
como estaban de alquiler... pues ya no podían pagarlo; por eso se
han tenido que ir... ¿Usted es amiga de ella, o de él? –preguntó
consiguiendo por fin abrir la puerta.
Patricia no había podido reprimir las lágrimas que
silenciosas se deslizaban por sus mejillas. El dolor por sentirse
traicionada, eclipsaba el lamentable suceso acaecido a esa joven de
cuya existencia, hasta ahora, no tenía ni idea. Al principio de su
relación, las dudas le asaltaban pensando que quizá Juan conociese
a alguna persona en sus salidas de ocio, pero en seguida las
desechaba. Lo que nunca imaginó es que hubiese alguien formando
parte de su vida... “su otra vida”.
–Pero... ¿está llorando? Está visto que no sabía
nada de su desgracia. Realmente da mucha pena. Hacían una pareja
¡tan maja!... ¿Desea tomar un café, y así seguimos hablando?
–preguntó deseosa de compañía.
–No gracias. Debo marcharme –respondió Patricia,
intentando reponerse.
–Si quiere le doy las señas exactas. Viven muy
cerquita. Se puede ir andando.
–Lo siento..., debo tomar un tren... Solo estaba de
paso por la ciudad.
–Bien. Les diré que ha preguntado por ellos, pero...
¿cómo se llama? –dijo la anciana elevando el tono de voz, ya que
Patricia caminaba por la acera alejándose con pasos rápidos.
No sabía qué hacer. Estaba claro que había sido
engañada. Con sus sentimientos heridos marcó por última vez el
número que hasta entonces era sinónimo de felicidad. Aún sabiendo
que no tendría respuesta, su trémula mano sujetaba el teléfono con
fuerza. Después de unos segundos, colgó y eliminó de la agenda el
nombre que nunca podría desaparecer de su corazón.
De vuelta ya en la estación, sacó un billete para
Zaragoza. Pasaría la noche en un hotel; mañana ya pensaría que
hacer. Lo último que ahora deseaba, era volver a casa y escuchar las
repetitivas y exasperantes frases de su madre: “Te lo dije”.
“¿Ves como siempre tengo razón?”. No lo podría soportar.
El trayecto fue doloroso. No quería creer ni aceptar,
que su historia de amor hubiese sido una gran mentira. En la soledad
del vagón, lloraba con rabia, torturándose una y otra vez con las
palabras que soltó a bocajarro la vieja vecina: “... se marchó
con su mujer...”. Era una secuencia que su mente repetía a cámara
lenta, una y otra vez.
Cuando el tren llegó a la estación de
Zaragoza-Delicias, eran casi las cuatro. La tarde era gélida y el
cierzo soplaba con vehemencia, pero Patricia no sentía el frío;
solo dolor en su corazón herido.
Tomó un taxi. Quedó vacilante cuando el conductor le
preguntó por el destino. Se hundió aún más en su pesar al darse
cuenta que solo conocía un hostal en toda la ciudad.
–Lléveme al centro. Al restaurante La Republicana...
si lo conoce.
–¡Ya lo creo! ¿Quién no conoce sus riquísimas
tapas?
–Por supuesto –añadió en un tono que indicaba su
desánimo por conversar.
Se sobresaltó cuando sonó el teléfono. Sus ateridos
dedos, intentaron desesperados localizar la rugosa funda en el
interior del enorme bolso. Cuando por fin lo hicieron, había
malgastado unos preciosos segundos, y los nervios le jugaron una mala
pasada provocando que cayera sobre la alfombrilla del coche. Había
dejado de sonar. Lo tomó impaciente y revisó las llamadas
entrantes. Era su madre. Supuso que habría regresado del trabajo, y
nota en mano estaría histérica intentado localizarla. No tenía
ganas de hablar. Le mandó un mensaje con dos palabras: estoy bien.
El taxi se alejó, mientras Patricia permanecía
inmóvil e indecisa delante del establecimiento que coronaba su
fachada con el negro cartel de “LA REPUBLICANA”. Sintió miedo al
pensar que quizá David también la hubiera engañado; pero ahora
necesitaba un amigo, y no tenía motivos para dudar de él.
Entró vacilante. La exuberante decoración fue lo
primero que llamó su atención. Con paso indeciso y mirada
escudriñadora, buscó entre la aglomeración de clientes la
simpática y atractiva cara que esa misma mañana había conocido. No
la encontró. Fue al girarse cuando de repente apareció ante ella.
–¡Patricia! ¿Qué tal? –preguntó jubiloso
David–. Me alegro que hayas accedido a mi invitación.
–Hola David –saludó tristemente.
–¿Pero... que te ocurre? ¿Y tu novio? ¿Vienes
sola?
–Sí –dijo mientras por sus ojos asomaban
nuevamente dos pequeñas lágrimas.
–¡Ven! –dijo él tomándola ligeramente del brazo.
Dos días después Patricia seguía intentado superar
el trago amargo que el amor le dio. Sentada en una esquina del
barroco y cálido bar, esperaba que David terminara su turno. Leía
el periódico sin prestar mucha atención. Quizá por eso no vio una
pequeña noticia situada en un extremo de la página de sucesos: “El
hombre que atropelló el pasado sábado a un viandante, cerca la
estación Sants de Barcelona, conducía bajo los efectos del alcohol.
La víctima, un joven de 25 años, de nombre J.O.G, que atravesaba en
esos momentos el paso de peatones, murió en el acto”.
Como siempre tus relatos son buenísimos, con un final imprevisible. Gracias por compartir estas maravillas con nosotros.
ResponderEliminarBesos
¡Hola José Manuel! Gracias a ti por estar siempre.
EliminarBesos y abrazos.
Buen relato.
ResponderEliminarEs la vida misma.
Y en la vida, todo vuelve.
Un abrazo.
Gracias por tu paso y tu opinión Gaucho.
EliminarBeso y abrazo.
¡Que relato! Me ha encantado. La vida y sus vueltas.
ResponderEliminarEs una historia que me ha cautivado.
Un abrazo, Teresa y...!!!Gracias!!! Por tus cálidos y cariñosos comentarios.
Me alegra un montón que te haya gustado Pedro. Es verdad que la vida da muchas vueltas.
EliminarGracias a ti por los tuyos.
Besos.
Lástima que no haya leído esa noticia. Así esa herida permanecerá siempre abierta. Por mucho olvido que la pueble; siempre abierta.
ResponderEliminarTe felicito
Besos
Pues sí, esa herida nunca cicatrizará del todo.
EliminarGracias Trini.
Besitos.
Que triste, que desconsuelo, si por lo menos hubiera leído la noticia... sabría que el iba a ir al encuentro...
ResponderEliminarHabía engaño, pero no abandono...Siempre nos enganchas con
tus relatos buenísimos.
Besotes.
¡Hola niebla! Mentira había, pero su amor no era mentiroso.
EliminarGracias por tu entusiasmo.
Besitos y besotes.
Tu relato es un retrato de nuestro tiempo, me ha gustado. Triste y desolador el pensar que nunca pueda saber que murió….
ResponderEliminarMi felicitación Teresa.
Un fuerte y cálido abrazo
Es muy triste, sí, pero quizá fuese el destino quien quiso que volviera a la realidad.
EliminarGracias Sneyder.
Besos y abrazos.
Muy bueno el relato Teresa. Te felicito.
ResponderEliminarUn beso
Gracias Teresa.
EliminarOtro beso para ti.
Para mi no es un relato, Teresa, es una historia que conozco y muy de cerca. Pero pasó en Zaragoza, ya ves...
ResponderEliminarBesos
¡Hola Verónica! Perdona mi curiosidad ¿Qué quieres decir con muy de cerca? y que pasó en Zaragoza?
ResponderEliminarBesos.
Un estupendo relato y demasiado real. La vida da muchas vueltas y nunca se sabe que nos deparara el futuro. Es una pena este final pero las circustancias pueden ser tan teribles que aunque no es justo que el la mintiera nadie es quien para juzgar... cada uno tiene sus motivos.Un bessito, me encantan como me enganchan tus historias
ResponderEliminar¡Hola Men! Esta historia acabó así ¡quién sabe cómo ocurrió en otra realidad!
ResponderEliminarA mi también me enganchan las tuyas. Son geniales.
Besitos y buena noche.
Sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas..., gran entuerto y un final de novela.
ResponderEliminarTus relatos son increíbles...!!
Me maravillas Teresa.
Un beso.
Gracias por tu lectura Osvaldo. Me encantó verte y sentirte.
EliminarBesitos.
Muy bueno, original, intrigante y con final imprevisible
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias Lapislazuli. Me alegro que te guste.
EliminarBesitos.
Buff, un relato precioso, aunque un poco duro para mi estado emocional actual. Pero es cierto que la vida es así, no todo es un cuento de hadas. Además, el verdadero final de su historia aún está por escribirse, es ingenuo pensar que nunca más disfrutará del amor.
ResponderEliminarUn beso.
Pues lo siento Fénix, pero solo es una historia irreal. Dale un final que te alegre más. Nada de tristezas.
EliminarBesos.
Teresa,una historia muy real por lo que veo...El destino puso fin a una historia y a la vez comenzó otra...Ella supo a medias una verdad,que le dolería de por vida...¿quién sabe si llego alguna vez a enterarse de su muerte?
ResponderEliminarMi felicitación por maestría en esos buenos finales,que nos detienen en el tiempo y nos hacen pensar...
Mi abrazo grande y feliz semana,amiga.
M.Jesús
¡Quién sabe Maria Jesús! Quizá el destino se lo mostró algún día.
EliminarGracias por tu presencia y tu parecer.
Besos y abrazos.
Como no podía ser menos viniendo de ti, un relato maravilloso. Felicidades.
ResponderEliminarUn beso.
Gracias disancor. Me alegra que te haya gustado.
EliminarBesos.
Muy bueno Teresa; gran relato y con un final impactante, que desgraciadamente se dan hechos de estos y mucho peores.
ResponderEliminarBesos.
La vida está llena de casualidades que no siempre conoceremos, pero que nos afectan de alguna manera.
ResponderEliminarGracias por leer.
Besos Rafa.
Lo que más me gusta es el final. El final inesperado con un toque de moraleja. "El que la hace la paga". Aunque, no siempre es así. También me gusta el hecho de que Juan sí iba a ir a Zaragoza una vez más pero se truncó por el camino. El destino juega malas pasadas.
ResponderEliminarBuen relato, teresa.
Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
Dicen que el destino es caprichoso... y muy cruel.
EliminarGracias por estar.
Besos y abrazos Mos.
Plas, plas, plas, plas... Teresaaa, cómo me ha gustado!
ResponderEliminarHe leído poco a poco, saboreando la intriga, imaginando que no me sorprenderías y sí, sí, como siempre, me he quedado encantada con el final.
Tienes un Don, te lo aseguro y a mí me gusta cada vez más leerte.
Te dejo un abrazo muy fuerte, querida amiga.
¡Hola Beatriz! Siempre encantada de verte en este mi/vuestro espacio. Cuánto me alegra que lo hayas disfrutado. Pienso que el final tanto en un relato, como en un poema tiene que intentar sorprender y aunque no siempre lo consigamos, es una manera de tapar un poco el resto del escrito si no es muy bueno jajaja es broma.
EliminarGracias por tus generosas palabras.
Otro abrazo y besos para ti.
como la vida, un hombre joven con una esposa joven pero inválida, otra joven con toda la salud por delante, triangulo que a veces el destino asuza , nada es tan malo o bueno, hay tanto matiz en la historia
ResponderEliminarla víctima es siempre el amor, el amor truncado de esa relación de esposos, el amor truncado en ese amor de amantes, el amor truncado en ese amigo que parece no inspiro más sentimiento que un buen pàñuelo de lágrimas
un relato claro y con mucha lectura entre línea , eso me gustó
Felicitaciones Teresa
besitos y abrazos
¡Hola Elisa!
ResponderEliminarLa vida es una ilusión que nos hiere por dentro y nos engaña por fuera, y encima cuando despertamos resulta que estamos muertos.
Me alegra que te gustara. Todo un placer.
Más besitos y abrazos para ti.
buen relato.....
ResponderEliminarun saludo
Roberto
Gracias Roberto.
ResponderEliminarOtro afectuoso saludo para ti.
Bueno, me he metido en el relato y no he podido parar hasta el final. Lo has cerrado magistralmente. ¿real como la vida misma? si,claro, la vida es lo más enrevesado y extraño que existe. Pobre Patricia, quizás no fue engañada, quizá Juan la quería de veras, pero no se atrevió a confesarle u estado civil por miedo a perderla. Ese nuevo amigo, el del bar, tiene pinta de ser un buen chico, me alegro de que Patricia lo haya conocido. En fin, una historia estupenda.
ResponderEliminarMe alegro que te haya enganchado y lo haya disfrutado. Puede ser una vida cualquiera, con sus amores, desamores y tragedias.
EliminarGracias por leer.
Besos.
Feliz fin de semana.
ResponderEliminarUn abrazo.
Igualmente disancor.
EliminarBesos.
HOLA QUERIDA TERESA
ResponderEliminarCUANDO ESTÉ MEJOR VOY A LEER TU ESTUPENDO RELATO.
ES QUE VOLVÍ PERO SIGO MEDIO AGOTADA, ES QUE TENGO MUCHO ESTRES Y RESPONSABILIDADES.
TE DEJO TODO MI CARIÑO AMIGA.
BESOS
Tranquila Luján. No te sientas obligada, por favor. Primero es la salud y el bienestar, y luego el placer. Cuando estés bien, por aquí seguiremos. Que te mejores y descanses. Yo me voy de vacaciones y echo el cierre hasta pasada la semana santa.
ResponderEliminarBesitos y abrazos.
Me ha encantado esta historia.
ResponderEliminarEsos giros que le vas dando al relato, y cuando uno cree conocer el final, resulta que hay una voltereta de la vida, con la que no contabas.
Enganchas desde la primera palabra hasta la última.
Enhorabuena, escritora.
Un abrazo, Teresa.
Me alegro mucho que te haya gustado Juglar.
EliminarGracias por tu lectura... y por ese calificativo, aunque apenas llego a una simple aprendiz de aprendiz.
Besos.
Que ilusión nos ha hecho esa mención. Muchísimas gracias Teresa. Si no te importa, publicaremos el enlace en nuestros perfiles de Twitter y Facebook. Muchísimas gracias.
ResponderEliminarPues me alegro os haya hecho ilusión. Está tal cual la escribí para vuestro concurso.
ResponderEliminarNingún problema en publicar el enlace. Un placer.
Besos.