Solo
quedaban tres casas habitadas cuando llegaba el invierno. Excluyendo
a Bernardo, viejo y soltero desde que nació, pues siempre fue
solitario y huraño, las otras dos familias eran amigas.
Ricardo,
era el hijo de Basilio y Brígida. Trabajaba con su padre en el campo
y entre los dos atendían la hacienda propia y la arrendada. Era
introvertido, terco y necio. Sus padres, por el contrario, eran
personas amables y queridas, sobre todo por sus otros vecinos, Julián
y Rufina. Éstos, afincados en el pueblo desde hacía veinte años,
estaban actualmente jubilados y su entretenimiento era el paseo y las
tertulias.
Ese
año la cosecha de cebada había sido excelente, y así lo comentaron
esa tarde en una de sus largas conversaciones. Pero por la noche, el
granero ardió y con él la reserva de grano. Apenas quedó un tercio
de la recolección.
El
hijo, en sus deambular de ideas irracionales, convenció al padre que
había sido Julián quien por envidia había provocado el incendio,
pues unas horas antes del percance, lo había visto pasar cerca del
almacén.
Su amigo, le juró y le perjuró que no había sido él. Pero el padre, creyó al hijo, y desde entonces empezó a gestarse un odio entre ambas familias, que ni ellas mismas creían albergar. Basilio le reclamó a Julián que dejara de cultivar un huerto que le había permitido sembrar; a lo cual se negó. Un día aparecieron todas las hortalizas arrancadas y destrozadas.
Su amigo, le juró y le perjuró que no había sido él. Pero el padre, creyó al hijo, y desde entonces empezó a gestarse un odio entre ambas familias, que ni ellas mismas creían albergar. Basilio le reclamó a Julián que dejara de cultivar un huerto que le había permitido sembrar; a lo cual se negó. Un día aparecieron todas las hortalizas arrancadas y destrozadas.
Las
rencillas iban en aumento. Varios incidentes, hicieron que Julián
pusiera una denuncia. Al enterarse Ricardo, cogió una escopeta de
caza y en la puerta de la casa enemiga, disparó. Allí, en el frío
suelo concluyó la vida del jubilado.
Solo
eran tres casas, ahora dos y media. Bernardo cuando se enteró sonrió
para sus adentros y la envidia que sintió era un poco más pequeña.
¡Excelente relato!, no entiendo como hay personas que disfrutan con el mal de otros.
ResponderEliminarAl final pocos, y muy mal avenidos.
Besos, feliz semana
¡Lo que hace la cizaña!
ResponderEliminarGracias por tu visita Verónica.
Besos.
Que mala accion, que buen relato. Un abrazo
ResponderEliminar¡Hola Lapislázuli! Me alegro que te haya gustado. Es uno de los relatos que componen mi libro "Más allá de las amapolas".
ResponderEliminarGracias y besos.
Es la España profunda; esa España miserable, de personas obcecadas por el tener. Comprensible, porque durante siglos, la mayoría de la población se las apañaba muy mal para, simplemente, comerse cada dia un cocido. Una desgracia, pero real, muy real.
ResponderEliminarUn abrazo
Es una triste realidad que aún quede gente con ese sentir; anclados en aquellos años de tanta miseria y tanto enfrentamiento por un trozo de tierra.
ResponderEliminarNos vemos. Recibe un cariñoso abrazo.
¡Hola Teresa!
ResponderEliminarInteresante tu relato. Real o ficción... lo has plasmado a las mil maravillas.
Aún hoy pasa de cuando en vez algo parecido. Siempre hay gente de toda clase de sentimientos. Envidiosos y bienhechores. ¡Pero la mala hierba puede hacer mucho daño! Gracias por compartir tus letras.
Te dejo mi gratitud y mi estima, un abrazo y se feliz.
Así es. Y no es poca la que alberga esos sentimientos.
ResponderEliminarUn abrazo Marina, y feliz día.