Los
primeros recuerdos de esa casona danzan por mi memoria como chispas
que lanza el fuego. Desde muy pequeño me había hipnotizado, quizá
por la desnudez de sus paredes o por la altura de su artesonado de
madera vieja y oscura, pero cada año que la veía, sentía a la vez
una atracción imperiosa por estar allí y un temor profundo a que
sucediesen hechos extraños. Quizás este miedo solo fuera creado,
deseado y temido por la mente de un niño ansioso de peripecias.
Según
contaba mi padre, mi abuela había fallecido cuando él solo contaba
con once años, después de una larga enfermedad que la tuvo postrada
en la cama durante bastante tiempo, el cual ocupaba rezando. Cuando
murió, llevaba encima su rosario cuyo brillo había desaparecido
hacía por lo menos una década.
Aquel
verano, acababa de cumplir precisamente once años y sabía que iba a
ser especial. Sentí como si una alarma interior me avisara del
acontecimiento en ciernes que pronto acaecería.
Yo
dormía en una alcoba enfrente del cuarto de mis padres y nunca me
había importado; pero en esa noche, tenía una extraña inquietud y
les dije que me dejaran dormir con ellos. Por supuesto mi madre se
opuso, pues no entendía como podía tener miedo después de tantas
veces como había usado el susodicho habitáculo.
Acababa
de acostarme y mi desasosiego estaba a flor de piel. Repentinamente,
noté como una respiración pausada. No sentía el soplo, solo el
ruido. ¡Imposible!, sería mi absurda obsesión –pensé–.
Contuve la mía y agudicé el oído. Seguía ahí, quizás más lenta
todavía. No podía salir corriendo, ya que mis padres pensarían que
todo era efecto de no querer dormir solo; así que di media vuelta e
intenté ignorarla, ocupando mi mente con otros pensamientos mientras
llegaba Morfeo. Nada, todas mis cavilaciones se esfumaban y los cinco
sentidos volvían a estar pendientes de mi ofuscación. Ahora no solo
notaba el sonido, sino también el hálito. Me levanté como un
cohete y corriendo crucé el corredor; haciendo que mis padres
encendieran la luz asustados. No dijeron nada, solo me miraron a la
vez que se desacoplaron de su sitio para hacerme un hueco.
A
la mañana siguiente ya pensando en lo absurdo de la situación,
estaba deseando salir a jugar para contárselo a mis amigos; pero me
contuve hasta la noche, porque normalmente en ese periodo del día
era cuando nos juntábamos para contar historias de miedo. Para dar
más emoción a los relatos, quedábamos en los muros del cementerio,
y precisamente ahí relaté mi historia, presumiendo de su veracidad
y mi coraje; pero modificando el final, ya que no quería quedar
precisamente como un cobarde delante de mis compañeros.
Pedro
estaba muerto de miedo, pero Antonio no se lo creía, hasta que aquél
le dijo que esa sensación la tuvo en una ocasión que entró en la
casona cuando aún vivía mi abuelo. “Fue una noche que nos
quedamos sin luz, y mi tío me envió a tu casa para ver si nos podía
dejar una linterna. Hizo que esperase en la entrada, pero mientras
volvía me puse a husmear. Fui hasta la cocina. De repente se
apagaron las dos únicas velas que había y empecé a sentir miedo.
¡En pánico se convirtió!, cuando noté la respiración que
comentas. Y no eran imaginaciones, era real. Desapareció cuando
llegó tu abuelo con el farol encendido”.
Ya
no sabía que excusa poner para no dormir solo. Después de la
historia de Pedro,
si tenía alguna duda sobre lo acaecido la noche anterior, se
desvaneció. Velozmente me introduje entre las sábanas y me tapé
con ellas hasta arriba, incluida la cabeza, y canturreando bajito,
intenté abstraerme con otros pensamientos. Al cabo de un rato llegó
el ansiado sueño.
Esa
noche no ocurrió nada, o por lo menos yo no lo sentí. La siguiente,
estando más relajado, oí un ruido que en principio no identifiqué.
Rápidamente encendí la luz, pero no vi nada fuera de lo normal.
Estaba atento e inmóvil sentado en la cama cuando... otra vez.
Provenía del interior del armario. Reconozco que no soy valiente, y
por tanto no pensaba levantarme a mirar. Visionaba rápidamente
escenas de películas donde el protagonista iba a averiguar el motivo
del zumbido, o chasquido mientras yo decía: ¡no vayas! Por supuesto
que no lo hice... a pesar de que el ruido siguió otras 57 veces
hasta que cesó.
Cuando
me desperté y sintiéndome más protegido, ya que mi madre estaba
haciendo la habitación, me acerqué al enorme mueble. Tenía una
puerta central con un espejo moteado y oxidado por el paso del tiempo
que intenté abrir con discreción, pero el crujido que generó llamó
la atención de mi laboriosa madre, que me obligó a cerrarlo
inmediatamente; con lo que no pude ver mucho más allá de unas
mantas y ropa vieja.
Pasé
toda la mañana dándole vueltas al número 59. ¿Por qué ese y no
60? ¿Serían los años que tenía algún antepasado cuando falleció?
¿O con los que contaba la casa? Pensé en interrogar a mi padre,
pero siendo un poco prudente y sabiendo de antemano que no llegaría
a ninguna conclusión que pudiera resolver el misterio, abandoné la
idea.
Esa
tarde aprovechando que mi madre estaba fuera, me acerqué nuevamente
al descomunal armario. Después de mirar mi imagen reflejada y
sintiendo un poco más de coraje, accedí a su interior abriendo la
hoja de roble macizo. Solo el olor añejo que despedía su interior,
echaba para atrás. De repente, lo vi. Negro, descolorido por el
uso, opaco. ¡Era el rosario de mi abuela! Como un autómata lo cogí,
y no se porqué, empecé a contar las bolitas... 59. ¡Pero estaban
todas unidas! y sin embargo yo las había oído caer una a una!
Enseñé
a mi padre el objeto en cuestión y aún sabiendo la respuesta, le
pregunté si había sido de su madre. Vi que se sobresaltaba y una
mezcla de terror y devoción se dibujó en su cara.
–¿De
donde lo has sacado?
–Estaba
en el armario grande. ¿Por qué?
–Por
nada. Dámelo.
Y
sin más se quedó con él, dejándome más confundido que antes.
Cuando llegó mi madre, les vi cuchichear unos segundos antes de
cerrar la puerta de su dormitorio. No sabía qué pensar. Nunca había
visto así a mi padre. ¿Habrá sentido añoranza por un lado y por
otro sorpresa de encontrarse el objeto, quizá perdido durante años?
Dormí
relativamente bien, pues aunque no pasó ningún hecho
extraordinario, solo podía pensar en las situaciones extrañas de
esos días. Cuando me desperté entraba el sol por la ventana y eran
más de las diez. Al darme la vuelta vi sobre la almohada, colocado
como dispuesto para ser rezado... ¡el rosario! No entendía nada. Mi
padre me lo había quitado y ahora, ¿me lo devolvía arrepentido?
No
había nadie en casa. Me preparé el desayuno y cuando estaba
dispuesto a salir, entraron mis padres con expresión desencajada.
Sin saber como actuar, volví sobre mis pasos y para evitar más
enfados, recogí el rosario y se lo deposité en la mano. Ahora la
cara era de puro terror.
–Pero...
¿cómo es que lo tienes tú?
–No
sé, estaba en mi almohada esta mañana. ¿No me lo habéis dejado
vosotros?
–No,
lo guardé en una caja con llave.
Ambos
progenitores se miraron incrédulos.
–¿Qué
pasa? ¿Me podéis explicar qué ocurre?
–Ya
sabes que era el rosario de la abuela.
–Si.
¿Y qué?
–La
enterraron con él.
Ni
que decir tiene, que no volvimos más veranos y la casa se puso en
venta.
Teresa, los pelos de punta¡¡¡¡
ResponderEliminarEn el pueblo de mi marido, en la serranía
granadina, tienen una casona antigua, con sótanos, solanas,pozos, cuadras y hasta un calabozo....
Allí se murió su madre, un 15 de agosto, sentada en el baño...
Yo evito ir siempre que puedo, y mis hijos menos...
Fantasmas "ailos", o no lo son y están ahí?????
Tu historia ha espantado a mi peón solitario...
Gracias.
Un fuerte abrazo.
Fantástico relato, impresiona pero a la vez te atrapa y no puedes dejarlo hasta llegar al final.
ResponderEliminarDe él se podría sacar un buen guión de pelicula de terror. Como siempre, en poesía o prosa, siempre maravillosa (a mí tambien me ha salido una rima).
Besos
Atrapante, enigmático y profundo relato, bien diagramado, con una cuota de misterio que encierra al lector sin dejarlo huír, conduciéndolo con ansiedad hasta su desenlace final...
ResponderEliminarFantástico, mis felicitaciones Teresa!
Cariños a tu alma...
Pues me has puesto los pelos de punta a mí también.
ResponderEliminarEstupendo relato. Nos conduces, con habilidad, por toda la trama, hasta el final.
Enhorabuena, Teresa, por este presentimiento, que extraño o no, nos ha atrapado.
Un abrazo.
Gracias Niebla, José Manuel, Movisi y Juglar, por vuestra lectura.
ResponderEliminarMe alegra que os haya gustado. Es uno de los relatos que componen mi libro "Más allá de las amapolas".
Besos.
Me encantaría leer ese libro Teresa, desde ya, partiendo del mismo título "Más allá de las amapolas" uno puede intuir que debe ser fantástico,muy interesante, bueno, a pesar de las distancias se dice que nada es imposible, me quedo con esa ilusión, quizás algún día pueda darme el gusto de leerlo...
Eliminarcariños teresa.
HOLA TERESA
ResponderEliminarQUE MARAVILLA DE RELATO, TE FELICITO, AMIGA MIA.
ME QUEDÉ HELADA CON EL FINAL, PARECE QUE ALLAN POE VINO A HACERTE UNA VISITA PORQUE SE HA QUEDADO A VIVIR EN TU PLUMA.
UNA MAESTRA.
EXCELENTE TRAMA.
BESOS
Qué más quisiera yo que la inspiración de Poe me saludara, aunque fuera de lejos. Muchas gracias por tu comentario, me ha halagado.
ResponderEliminarBesos y abrazo Luján.
Teresa, qué relato!!!
ResponderEliminarMuy bien escrito, se hace ameno, te atrapa...
Te felicito.
Besos
(Menos mal que no soy miedosa y no estoy sola en casa jajaja)
Gracias Verónica. A este paso me van a salir los colores jejeje.
EliminarTe cuento una anécdota: Cuando mi cuñada terminó de leerlo, era la hora de sacar al perro. Me dijo que se pasó todo el camino mirando hacia atrás. Le dijé: ¡qué exagerada! Pero cuando le ocurrió era invierno, más o menos las once de la noche y en un pequeño pueblo casi "fantasma", vamos sin un alma en sus calles medio iluminadas. No te digo más.
Me alegro que tú no estés sola, ni seas miedosa.
Besos.
Leñe, Teresa, pobrecilla jajajajaja
EliminarGuauuuuuuu, Tere, tu historia me tuvo en vilo hasta el final. Me encanta que el protagonista, en primera persona, haya sido un niño, pues el punto de vista difiere mucho del de un adulto.
ResponderEliminar¡Excelente!
Besotes.
¡Buenísimo, Teresa! me encantan este tipo de relatos misteriosos, en mi blog poemas de vero y más... estoy escribiendo uno que se títula secretos enterrados (en capítulos, por si le quieres echar un vistazo)
ResponderEliminarBesos
Que maravilla de relato, me has tenido en ascua, hasta ese final increible. Un abrazo
ResponderEliminarGracias amigas por vuestra lectura. Al final me han salido... estoy colorada como un tomate jejeje.
ResponderEliminarHa sido un verdadero placer que hayáis pasado un ratito de intriga. Seguiré subiendo algún que otro pequeño relato.
Besos a tod@s.
Excelente relato, sinceramente.
ResponderEliminarMuy buen ritmo.
Un abrazo.
Gracias Gaucho. Un placer tu paso. Seguiré leyéndote.
ResponderEliminarBesos.
Amiga Teresa: La verdades que el relato te atrapa. Sí. Sabes que por tratarse de una casona y un niño algo tiene que pasar pero, la verdad, me ha encantado ese final sorpresivo y espeluznante.
ResponderEliminarBuen relato y construido perfectamente.
Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
¡Hola Mos! Grato sentirte. Sí, hasta yo misma me sorprendí cuando escribí el final jejeje. La casona y el armario todavía existen.
ResponderEliminarBesos.
Joo mis pelos están tiesos y tiritando jajaja. En serio, me ha gustado mucho, desde que empieza nos pones el misterio en la boca hasta el final. Engancha. Me gustan mucho estas historias. Un bessito
ResponderEliminarGracias Men por leer mi relato. Me alegro que te haya gustado.
ResponderEliminarYo te estoy escribiendo sin mirarte a los ojos, por si acaso jejeje. El tuyo es estupendo.
Besos.