La
ranchera accedió al pueblo por el viejo puente de piedra. Llovía y
el día estaba demasiado gris. El hecho de no encontrar un alma en
sus calles, hizo que Andrés pensara en un pueblo fantasma.
–¡Dios
mío, no había otro sitio!
–¿Es
que te arrepientes? –dijo Ana–. Si todavía no la has visto.
–¡Ya!, será que este tiempo hace que todo lo vea más gris.
–Anda,
gracioso, entra en esa tienda y pregunta. Supongo que habrá alguien.
Andrés
paró el coche delante del establecimiento y echándose la capucha
aceleró el paso. Pasaron unos segundos hasta que apareció un hombre
bastante mayor.
–¡Buenos
días! ¿Me puede indicar dónde está “la casa grande de las
afueras”? –pues así le dijeron en la inmobiliaria que la
llamaban los lugareños.
–¿Por
qué le interesa? –le interpeló el anciano un poco sorprendido.
–Porque
venimos a vivir en ella –dijo señalando hacia el coche–, aunque
mi idea es reformarla para convertirla en casa rural.
–Si
quiere un consejo, dé la vuelta y váyase por donde ha venido.
–¡Vaya,
acabo de llegar y ya me está echando! ¡Pero qué hospitalario!
–No
lo digo por usted joven, sino por la casa.
–¿Es
que tiene algún problema? ¿Está en ruinas?
–Peor,
está maldita –dijo mirando de soslayo y bajando la voz.
Andrés
volvió al coche sin hacer caso al viejo.
–¡Esto
es increíble! –comentó.
–¿Qué
ocurre? –dijo Ana–. ¿Te ha dicho por dónde se va?
–No,
y no sé si tendría intención de decirlo, o es que no le he dado
tiempo, pero como todos los vecinos sean como él; lo llevamos claro.
Siguieron
el camino empedrado hasta acabar el pueblo, y al final la vieron.
Bajaron del coche y no pudieron por más que pararse atónitos ante
su fachada. En la agencia se habían quedado cortos con la
descripción, y las fotos no reflejaban la fascinante realidad. Daba
la sensación de estar ante un castillo. La construcción era
cuadrada y los muros tenían por lo menos un metro de grosor. La
enorme puerta de entrada, un poco retranqueada, estaba escoltada por
dos torreones. Al abrirla, apareció ante sus ojos un inmenso patio,
con dos torres más; unidas las cuatro por soportales de piedra, con
robustas columnas separadas entre sí unos cinco metros.
–¡Es
asombroso! –exclamó Ana.
–Ya
lo creo –añadió Andrés–. Habrá que ver como está el resto,
pero hasta ahora es todo impresionante.
Enormes
puertas encajadas en arcos de medio punto, daban acceso a salas
iluminadas por ventanas “festejadoras”.
Cada
torre tenía tres plantas, comunicadas entre sí por una escalera
lateral.
–Podemos
hacer independiente cada nivel poniendo una puerta de separación
–comentó Ana.
–Más
que una casa rural, podemos montar un hotel –dijo Andrés
entusiasmado.
Ya
anochecía cuando terminaron de sacar el equipaje. Cenaron en la
vieja cocina que estaba situada al lado del primer torreón. Una gran
chimenea de piedra labrada protagonizaba este aposento. Andrés se
acercó para echar unos troncos al fuego.
–¡Qué
raro! Aquí hay un mechón de pelo.
–¿De
pelo? –añadió Ana sorprendida.
–Sí,
pero el caso..., es que más bien parece pelusa. Tiene una textura
muy rara.
–No
le des mas vueltas. Seguro que se ha colado algún “animalejo”.
Quémalo y vamos a la cama que estoy cansada.
A eso
de la media noche, un largo y lejano aullido despertó a Andrés.
Volvió a dormirse pensando que sería algún perro, o quizá un
lobo, ya que éste último era autóctono de la zona.
A la
mañana siguiente, cuando Ana bajó a la cocina, encontró una taza
sucia en el fregadero.
–¿Qué
raro, si Andrés no toma café tan temprano? –dijo para sí.
Lavó
la taza y no le dio mayor importancia, creyendo que su novio habría
hecho una excepción. Se marchó a recorrer nuevamente el recinto.
Andrés
estaba de compras en el pueblo. El hombre de la tienda con cierta
curiosidad, procedió a sondearle mientras introducía los alimentos
en una bolsa.
–¿Qué,
todo bien?
–Pues
sí. ¿Por qué iba a ir mal?
–Por
lo que le dije. ¿No ha notado nada insólito?
–No...
bueno el caso es…, nada, una nimiedad.
–En
esa casa no hay nada que sea ni tontería, ni azar.
–¿Me
puede contar la historia de “la supuesta maldición”? –dijo
Andrés con un poco de retintín.
–De
supuesta nada, que ya ha habido un par de familias que se han ido
asustadas porque han visto ciertos acontecimientos no muy claros
–comentó un poco mosqueado por la incredulidad de su contertulio.
–Como
por ejemplo, ¿encontrar pelos? –preguntó Andrés, entre irónico
y expectante.
–¿Han
aparecido ya? Mal asunto. Si es así, puede que pronto dé la cara
–dijo intentando atemorizarle ante la socarronería que demostraba.
–¿Dar
la cara? ¿Quién?
–¿Quién?..,
o qué –añadió el anciano–. Cuentan, que en el siglo pasado la
casa estaba invadida por hombres lobo muy sanguinarios, que mataron a
la mitad de la población en las noches de luna llena. Sería una
leyenda como otra cualquiera, si no fuera porque hace unos años
ocupó la casa una pareja de hermanos. Eran muy enigmáticos. A ella
nunca la vieron y él era bastante velloso. Al poco tiempo de llegar,
aparecieron varias ovejas destrozadas. La gente empezó a asustarse y
un día varios ganaderos les instigaron a que se fueran; pero creemos
que antes de hacerlo maldijeron el lugar, pues además de los hechos
extraños que contaron las personas que habitaron posteriormente la
casa, todavía hoy se siguen escuchando ruidos aterradores.
–No
me creo nada.
–¿Y
el detalle que me ha contado? ¿No es curioso?
–¿El
de los pelos? Tendrá una explicación lógica.
–Lo
que usted diga, joven. Yo solo le aviso.
Andrés
estaba un poco receloso cuando abrió el gran portón. Decidido a
resolver el misterio, registró de arriba a bajo las cuatro torres y
demás habitáculos. No hubo ni un hueco que no comprobase. Pasadas
dos horas, se sentó desalentado en la cocina. Con un café en la
mano, no paraba de darle vueltas al asunto. No podía permitir que
esa absurda historia siguiera alimentando las lucubraciones de los
aldeanos, pues su futura ocupación podría finalizar antes de
empezar.
Se
acercó a la chimenea y de repente lo vio; otra madeja en un saliente
de la repisa. La revisó palmo a palmo hasta encontrar un círculo
que llamó su atención. Su diámetro no excedía los diez milímetros
y el color difería del resto de la ornamentación. Se disponía a
oprimirlo, cuando llegó Ana.
–¿Qué
haces? –dijo acercándose por detrás.
–¡Qué
susto! –exclamó Andrés–. Espera un momento que voy a averiguar
una cosa.
Apretó
el redondel y acto seguido se abrió el panel trasero de la chimenea.
Desconcertado, le contó rápidamente la conversación que tuvo con
el viejo.
Sonó
como una orden la frase que le dirigió a Ana: “Espera aquí”.
Pero ella haciendo caso omiso, le siguió por el pasadizo. Apenas
unos metros mas allá encontraron una puerta, y al girar el pestillo,
ésta se abrió sigilosamente, como si el uso fuese diario. Había un
pequeño apartamento, muy austero, pero limpio. Oyeron un gemido y
mirando hacia donde provenía, vieron a una joven sentada y encogida
sobre la cama. Se acercaron con precaución y se quedaron atónitos
viendo su cara y sus manos cubiertas de pelo.
–No
tengas miedo –dijo Andrés.
–Me
llamo Ana. ¿Y tú?
–Amalia.
–¿Vives
aquí? –preguntó nuevamente Ana, procurando no asustarla más de
lo que ya estaba.
–Sí,
con mi hermano. Pero por favor no se lo digan a ellos –dijo
aterrada–, que nos echarán otra vez.
–Tranquila
–añadió Andrés–, no diremos nada. ¿Y tu hermano?
–En
el bosque. Sale de vez en cuando de caza, ya que es la única manera
que tenemos de conseguir comida; pero nunca hemos cogido, ni matado
ovejas.
–¿Habéis
estado todo este tiempo aquí escondidos? –dijo Ana, incrédula y
pesarosa.
–No
teníamos donde ir. Siempre hemos vivido aislados en una granja, sin
embargo cuando se incendió tuvimos que buscar otro sitio.
Encontramos éste, aunque yo tenía que seguir ocultándome de la
gente. Luego cuando nos expulsaron, nos quedamos encerrados en esta
habitación unos días hasta que comenzamos a salir por el recinto.
Cuando vinieron los primeros inquilinos, volvimos a escondernos y tan
solo asomábamos de noche, pero era inevitable hacer ruido, con lo
que salieron despavoridos. Por eso cuando lo alquilaron nuevamente,
provocábamos los incidentes para asustarles.
–Con
nosotros no tenéis por qué inquietaros. Vamos a aclarar las cosas y
si estáis de acuerdo, además de quedaros, podéis trabajar con
nosotros.
No
hizo falta que Andrés y Ana hablaran del tema; siempre estaban de
acuerdo.
–Parece
mentira –comentó Ana– el daño que puede hacer una creencia
popular y absurda.
–Eso
y la ignorancia –añadió Andrés.
¿Era
cierta la historia de Amalia? Ana y Andrés abrieron su casa rural, y
quizá gracias a la leyenda, el negocio les fue estupendamente. Los
lugareños siguen creyendo en hombres lobo. Sobre todo en las noches
que oyen aullidos lejanos.
Tus narraciones me parecen de una calidad asombrosa. Estás consiguiendo engancharme a tus textos, pues ya los leo de principio a fin con excesiva curiosidad por ver en que acaba, igual que una película de suspense.
ResponderEliminarBesos
Dicen que todas las leyendas tienen algo de realidad. Acaso esta también lo tenga.
ResponderEliminarBesos
Nunca fuí muy adicta a los relatos, tengo varios de mi autoría, pero me impulsa mucho más la poesía en verso libre, pero leyendote a tí, me ha vuelto a interesar este tipo de escritura, escribes realmente muy bien Teresa, diagramas de maravilla los relatos, haciendo que el lector quede atrapado desde la primer línea hasta su final. Te felicito, son muy intensos y atrapantes todos y todos ellos, tienen una cuota de misterio, algo místico, que los hace mas interesantes aún, como en este caso.
ResponderEliminarDemás está decir que me ha encantado, eres una escritora con mayúsculas.
Gracias mi amiga por tu arte.
Un abrazo, cariños!
Me enganchan tus leyendas...¡¡¡
ResponderEliminarLas de Gustavo Adolfo Becquer me encantaban,
las he leído muchas veces.
Las tuyas le han quitado el puesto a aquellas.
Enhorabuena Teresa.
Besos y abrazos.
Hola Teresa, tus relatos son siempre atrapantes no solo por el argumento sino como lo escribes
ResponderEliminarCon este se podria desechar la leyenda del hombre lobo
Un abrazo
después de la primera palabra, logras que quien lea quede pegado a la historia. Admiro la capacidad que tienes de narración, sutílmente describes todo en pocas palabras dibujando el ambiente.
ResponderEliminarMe encanta leerte Teresa. Te felicíto.
Un beso grande.
Que maravilloso relato, reflejo inequivoco de la ignorancia es causa de muchos pesares, he quedado prendado desde el inicio, todo un placer visitarte y si no te molesta me quedo a seguirte, desde mi querida Guatemala SL
ResponderEliminarBuen relato.
ResponderEliminarDeja un final abierto,lo cual me gusta.
Un abrazo.
Hermoso cuento, me encantan estos de misterio, que leyéndolos se me pone el vello de punta.
ResponderEliminarLa ignorancia hace mucho daño, y sobre todo cuando los chismes van de unos a otros.
Un beso, feliz noche
Muchas gracias amigos. Vuestros comentarios me animan a seguir escribiendo... que no es que esté desanimada, en absoluto; pero vuestras encantadoras palabras siempre son gratas para el oído jejeje.
ResponderEliminarBesos y abrazos.
Teresa, ya te digo... la ignorancia y las creencias hacen mucho daño.
ResponderEliminarUn relato muy bien desarrollado, interesante, ameno, tiene ritmo y te atrapa.
Besos
Teresa: Voy comprobando que hay mucha maestría en tus relatos. Haces que se quiera llegar al final sin dejar de leer y, además, veo que unas veces es terrorífico el desenlace y otras, como en este, es suave y de "final feliz".
ResponderEliminarSe nota que tienes tablas y eso me gusta porque de todo se aprende y además, estimula a escribir.
Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
Gracias Veronica. Gracias Mos. Es un placer escribir, y con tan buenos lectores como vosotros, doble placer.
ResponderEliminarBesos y abrazos.
Maravilloso Relato de íntriga y valores, acaecidos en este enigmático paraje.
ResponderEliminarGran valentía de Andrés y complicidad de Ana. Estupenda reacción de los dos al comprobar que en la mansión existia otro inquilino, Amalia, y conocer su historia y la de su hermano.
Final Feliz con un atisbo de suspense por las creencias de las gentes del Pueblo.
Me ha encantado la Historia de la Casa de Piedra...Muy buena.
Un abrazo, Teresa.
Gracias Pedro por tu paso y tu lectura. Me encanta que te haya encantado jejeje
ResponderEliminarBesos y abrazos.