Un
día más lleno de eternos minutos. Su despertar era lento, acomodado
ya a la cantidad de rítmicos movimientos que gesticularía durante
la jornada.
Lo
que más odiaba y deseaba, pues se había convertido en su reto
diario; era ponerse la camisa. Su mano derecha ayudaba a la izquierda
a sujetar el ojal, para acto seguido intentar agarrar el “maldito
botón” y procurar introducirlo en el menor tiempo posible en la
abertura correspondiente. Tardaba, cuando mejor se le daba, un minuto
en realizar esta operación; por siete botones que prendían de la
pechera –los del puño quedaban abotonados cuando planchaba su
mujer–, empleaba ¡siete minutos! “Algún día conseguiré
superar mi récord”.
Aurora
no comprendía a su marido. La verdad es que nunca lo había hecho, y
ahora a sus setenta años y con esta “cruz”, que según ella Dios
le había dado; mucho menos. Todas las semanas hablaba con su
hermana, y al igual que los repetitivos movimientos de Julián, se
quejaba una y otra vez de lo cabezota que era éste.
–Chica,
¡este hombre!, ¡que no deja que le ayude cuando se viste! Se pasa
horas y horas para abrocharse la camisa. Estoy pensando en comprarle
“polos” para que no tenga más remedio que ponérselos por la
cabeza.
–¡Con
lo que mejoró este verano!
–Bueno,
solo un poco, no creas. ¡Y cuando habla!, aunque cada vez menos; es
que no entiendo nada.
–¿No
será, que no te pones el audífono?
–¡Qué
va! Si hasta el médico le hace repetir lo que dice. Y cuando está
en casa, casi todo el rato lo pasa durmiendo.
–Desde
luego que razón tienes. ¡Vaya cruz!
Por
la mañana, Julián hacía los recados diarios que Aurora le
encargaba. Para él era una liberación. Dejaba por unas horas de oír
los machacones reproches de esta “mujer del diablo”. Después con
sus cortos, aunque rápidos pasos, llegaba hasta “La taberna de
Paco”. Le gustaba tomarse un “chato” con los vecinos de toda la
vida. Esos que le han conocido bien, mejor que su mujer, y sabían lo
activo y despierto que había sido.
En
cuanto asomaba ya tenía el vino ubicado en la desgastada barra.
Recordaban viejos tiempos, sin embargo a él no le dolía, sino que
le agradaba. A pesar de su lenta vocalización, él se esforzaba
–igual que con los botones– en aclarar algún que otro episodio
que narraba Paco o Enrique, no muy ajustados a los acontecimientos.
–¿Y
qué me decís de Dª Julia? Esa mujer si que era valiente, viuda y
con tres hijos –comentó Enrique.
–¡Qué
iba a ser viuda! Lo que pasó, fue que el marido la abandonó
–rebatió Paco.
–¡Anda
no digas tonterías! No te acuerdas que todo el barrio asistió al
entierro.
–El
entierro del que tu hablas, fue de D. Genaro, hermano de Dª Isabel
y vecino de Dª Julia.
–De
otra cosa, no; pero de memoria ando muy bien –intervino Julián,
con su voz casi imperceptible–. Quien se quedó viuda, fue Dª
Isabel; y quien tenía tres hijos, era Dª Carmen.
Así
se podían tirar toda la mañana. Los recuerdos vagabundeaban en sus
memorias y aun presumiendo cada uno de tener razón, las
conversaciones siempre terminaban en tablas y celebrándolo con un
“vinito”.
Miró
el reloj. “Hora de comer”. Se despidió hasta el día siguiente y
cabizbajo se dirigió a casa.
Entrar
por la puerta, y cerrar la boca y los oídos, era ya un acto
inconsciente. Comía perdido en sus pensamientos; los únicos que se
movían al ritmo que él marcaba. A lo lejos parecía percibirse la
voz inoportuna, como siempre, de su mujer; supuso que recriminándole
algo.
¡Por
fin, la bendita siesta! Echaba una “cabezadita” de una hora;
luego veía el programa que estaba en pantalla, ya que Aurora era la
directora del mando; y a las siete: el paseo. ¡Otra vez a calzarse!
Hacía mucho que había olvidado los zapatos de cordones. Ese cambio
sí se lo agradecía a su mujer; ahora bien, por los “polos” no
pensaba pasar.
–Vamos,
baja despacio las escaleras, agárrate a la barandilla, no te vayas a
caer –ordenaba Aurora.
–¡Maldita
sea!, siempre igual. ¿Porqué no te callarás? –dijo Julián.
–¿Qué
dices? Intenta hablar más claro.
–No
me da la gana –balbuceó él.
Caminaron
calle arriba hasta el parque, descansaron en un banco –más bien
por ella– y nuevamente a bajar, pero ahora por la avenida del
Centro Comercial –cuando llovía, la parada estaba instituida en
este recinto–. Saludaron a un par de vecinos y señalando el reloj,
chapurreó; “hora de cenar”.
Desde
que se jubilara y traspasara la frutería, la hora de inicio de la
cena era sagrada. Demasiados momentos había pasado con horarios
desordenados, por culpa de los repartos y los cuadres de caja.
Sentado
en el borde de la silla –puesto que si encajaba el trasero, era
impensable levantarse sin ayuda, y evitaba, en lo posible,
recibirla–, intentaba ver un poco la televisión antes de luchar
con la caída de sus párpados.
–Julián
que te duermes –repetía y repetía Aurora, cada vez que se le
cerraban los ojos.
–¡Qué
culpa tengo yo, si son las malditas pastillas!
–Pues
si tienes sueño, vete a la cama –sentenció Aurora–. ¿No ves
que te vas de lado y te puedes caer?
Julián
le hacía caso. Entraba torpemente en la habitación y ¡otra vez los
botones!; aunque ahora solo eran dos del pijama, el resto siempre
estaban unidos, ya que por la noche estaba cansado y no tenía ganas
de entretenerse.
–––––––––––––––––––––––––––––––––––
Hoy
se levantaba más animoso. Le gustaba los viernes, no sabría decir
porqué. Se duchó en tres cuartos de hora y desayunó en media.
Hasta dio los buenos días a su mujer, aunque ésta como siempre, no
le entendió. Esta vez tardó cincuenta y cinco segundos en su
desafío matutino. “Creo que va a ser un buen día”, pensó
contento.
Salió
a la calle, y después de los encargos se dirigió a la anhelante
rutina del bar. Ahí estaban, como siempre, en medio de una
discusión.
–Lo
que yo te diga –decía Enrique–. Juan ha cerrado el bar porque
se ha jubilado.
–¡Qué
se va a jubilar!, si tiene los sesenta y dos recién cumplidos
–añadió Paco–. Lo que pasa es que le está afectando la dichosa
crisis.
–No
te digo que no. Quizá por eso ha adelantado la jubilación.
–Pero,
¿tu crees que los autónomos nos podemos retirar cuando queramos?
Julián
sonreía y tomó un sorbo antes de “entrar al trapo” en la
conversación. Hora y media después ya habían arreglado medio
mundo, y el otro medio quedaba pendiente para la próxima.
Enrique
acababa de marcharse y Paco pidió a Julián que echara un vistazo al
negocio, pues iba un momento a la tienda de Alfredo a por dos barras
de pan. A los dos minutos de haber salido, entró un joven navaja en
mano.
–¡Todos
quietos y calladitos! –dijo con semblante amenazante, además de
nervioso–. ¿Dónde está el dueño?
Como
nadie contestaba, y el atracador parecía estar excesivamente
inquieto, Julián respondió:
–Salió
a la tienda de enfrente –habló tan alto y claro, que él mismo se
sorprendió.
–Entonces
ve tú a la caja y dame todo lo que haya. ¡Vamos deprisa!
A
paso lento bordeó el mostrador. “En otra época, ya te hubiera
dado tu merecido” –pensó–. Frente a la antigua máquina
registradora intentó llevar su temblorosa mano a la palanca de
apertura.
–¡Venga
viejo, que es para hoy! ¿Qué pasa? ¿Son los nervios?
–Lo
siento joven –dijo muy sosegado– son los años que no perdonan.
Yo a tu edad sí que estaba ágil. Una vez gané los cien metros
lisos. Y en natación... ni te cuento. A mí es que siempre me ha
gustado el deporte, y sobre todo el montañismo –añadió
intentando ganar tiempo.
–¡Basta
de palabrería! Que a nadie le importa tus “batallitas”. Venga
dame la pasta –ordenó agresivo.
Julián
cogió los billetes y unas cuantas monedas, y los dejó en la
encimera de mármol blanco.
–Y
ahora quietos. Ya sé que no podéis correr... je, je, je, pero que
no se os ocurra llamar a la poli.
Apenas
dio la vuelta para salir huyendo, cuando encontró la puerta
bloqueada por una docena de viejos, al frente de los cuales estaba el
dueño del dinero.
–¡Vamos
atrévete! –dijo Paco–. ¡Cobarde! Robar a un pobre tendero las
cuatro “perras” que tiene.
Asombro
es lo único que pudo expresar el ladrón, ya que acto seguido cayó
desplomado al suelo. Julián que había cogido una botella después
de entregar el dinero, salió de detrás de la barra y golpeó la
cabeza del delincuente.
Paco
abrazó a Julián dándoles las gracias. Contó que al volver y ver
el “percal”, además de llamar a la policía, pidió ayuda a la
gente –su gente– del barrio que paseaba por la calle, la cual no
dudó en “echarle una mano” con el “puñetero caco”. El
ladrón fue detenido y la concurrencia no paraba de dar la
enhorabuena al valiente salvador.
El
susto que se llevó Aurora cuando se enteró de la historia, le hizo
sentir miedo. Miedo a no volver a ver esas temblorosas manos que en
el fondo siempre había amado, miedo a perder la presencia que le
daba compañía, miedo a perder “su cruz”. El cariño y la
comprensión que un día enterró su egoísmo, volvió a resurgir; y
Julián lo vio, y lo sintió, por eso ahora se esforzaba en vocalizar
no solo en la taberna, sino en cada momento que disfrutaba estando
con su esposa.
Me alegro por Julián y por Aurora por volver a sentir ese amor algo abandonado.
ResponderEliminarUna historia tierna de perseverancia y arrojo que posiblemente se dé en cualquier lugar. Es decir, una historia de lo más común en cualquiera de nuestras ciudades o pueblos.
Me ha gustado, Teresa. Ya veo que te mueves bien en varios tipos de relatos.
Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
Siempre es gratificante escuchar tu opinión, y más conociendo tu manera de escribir. Tus relatos son impactantes, originales y estupendamente redactados.
EliminarBesos Mos.
Se me olvidaba decirte que te agradezco tu paso por mi orilla y que repases lo escrito anteriormente por mí. También te agradezco tus comentarios.
ResponderEliminarUn abrazo.
Mos.
entrañable historia Teresa, mis padres habrían sido muy parecido, digo habrían porque mi madre se fue ya hace tres años y mi padre quedó conmigo para que le cuide, a sus 81 es así , reparecido a este personaje, y es que los años y las rutinas son lo único que les hace sentido para seguir soportando la vida, y lo digo así porque después de la muerte de mi madre, mi padre cada día que pasa es un día menos para el encuentro entre ellos.
ResponderEliminarPrecioso trabajo, me emocionó
besitos y luz
Siento que te hayas entristecido, aunque recordar siempre es bueno, y más si es de los seres queridos.
EliminarGracias por tu visita y dejar tus sentimientos.
Besos Elisa.
Realidad, ternura, vejez, orgullo de no dejarse ayudar...
ResponderEliminarde no reconocer nuestras mermas...
La edad que pasa factura...
Cruz...y compañía a la vez.
Teresa que rebien escribes, y con dialogo...yo narrativa na mas,y mal.
besos y abrazos.
¡Hola Niebla!
EliminarSiempre tan generosa en halagos; y no seas tan exagerada que tus escritos están muy bien, con mucho sentimiento a cuestas, y que trasmites de maravilla.
Besos y abrazos amiga.
Impecable Teresa lo tuyo como siempre. Nunca le damos a las cosas el real valor que tienen solo cuando las perdemos o estuvimos a punto de eso.
ResponderEliminarUn beso Teresa
Así es Osvaldo. Menos mal que aunque tarde, llegó o llegaron a apreciar la compañía y a reconocer el amor que todavía les quedaba.
EliminarGracias y besos.
Hay un refrán que dice: "persevera y triunfarás..." y así le resultó la constancia a Julián; muchas veces, la rutina se nos hace costumbre y nos adentramos en ella dejando de lado a los afectos y restándole importancia a los seres que estan a nuestro lado, pero la vida siempre nos da una oportunidad para reflexionar y entender por fín nuestro error...
ResponderEliminarUna historia magnífica Teresa! mis felicitaciones! leerte es como ver una película, relatas tan bien que se logran ver las imágenes en tus palabras...
Una maravilla, besos!
Sí a veces un buen susto sirve para apreciar lo que tenemos.
ResponderEliminarGracias Movisi, eres muy amable en tus comentarios. Me alegro que te haya gustado.
Besos.
Preciosa historia, que deja una excelente lección.
ResponderEliminarMuy triste, que para alguien seamos su cruz, o lo sean ellos para nosotros.
Por suerte, recuperaron su amor, y ello es lo que cuenta.
Un beso, buen fin de semana
¡Hola Verónica!
ResponderEliminarEn esta historia recobraron el sentimiento que creían perdido, pero creo que por desgracia no es lo habitual.
Gracias por tu paso. Feliz fin de semana igualmente.
Besos.
Hermoso relato, como nos tienes acostumbrada, un poco triste pero con un final bueno
ResponderEliminarSer o llevar una cruz es muy dificil
Un abrazo
Perdona Lapislázuli acabo de ver que no te he saludado, y me gusta hacerlo porque me encanta vuestras visitas. Gracias por ella y por tu comentario.
EliminarLas cruces pesan mucho, pero con amor es menos cruz.
Besitos.
Preciosa Historia llena de perseverancia y continuidad, a pesar de los avatares de la Vida. Feliz final y entrañable los encuentros en el Bar y los paseos con Aurora. Es una verdadera gozada leer tus relatos, Teresa.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Pedro. Un gozo es tu sentir.
EliminarBesos y abrazos.
¡Hola Teresa!!!
ResponderEliminarFantástico relato- colmado de paciencia -firmeza y también ternura.
No sé si ficción o realidad... pero son historias muy usuales- que incluso, veo yo cerca de donde vivo. Gracias por compartir tus preciosas letras.
Es un placer pasar a leerte. Te dejo mi gratitud y mi estima. Un abrazo y se muy feliz.
¡Hola Marina!
EliminarEste escrito tiene una base de realidad, pues como bien dices son historias por desgracia muy usuales, aunque no siempre acaben bien como en mi relato.
Besos y felicidad para ti también.
cuando superamos la adversidad, suele dejarnos como única lección valorar la vida y lo que hemos logrado a su paso, hermoso y cotidiano relato de amor.
ResponderEliminarsaludos querida amiga
Gracias por tu paso. Un placer leer tus comentarios y tus relatos.
EliminarBesos.
A veces un acto grande e impensable hace que nos demos cuenta de que el otro "puede" y "debe".
ResponderEliminarNo podemos anular en nuestro propio temor e inseguridad al otro.
Al menos Aurora despertó de su sopor y pudo entender(le) y respetar(le).
Un relato lleno de mensaje, Teresa.
Besos
Es un triste realidad, que se da muy a menudo, y aún en personas sin este tipo de "minusvalía".
EliminarBesos y abrazos.
El ser humano es tan complicado que aveces necesita “perder” algo para darle mas valor. Una buena colleja de vez en cuando es lo que necesitaríamos para valorar mas lo que tenemos.
ResponderEliminarUn relato increíblemente humano. Es un placer pasear contigo. Un bessito
El placer es siempre mío.
ResponderEliminarGracias por vuestra amistad, procuraré no perderla para que no tengáis que darme collejas jejeje.
Besos Men.
MARAVILLOSO MENSAJE QUERIDA TERESA.
ResponderEliminarSUELE SUCEDER QUE ES NECESARIO UN SACUDÓN PARA DARNOS CUENTA DE QUIEN TENEMOS AL LADO, DARLE EL VALOR QUE SE MERECE Y RESPETARLO...
EXCELENTE TRAMA
TE FELICITO.
BESITOS
COMO SIEMPRE TENGO POCO TIEMPO NO HABÍA MIRADO TU LATERAL DERECHO.
ResponderEliminarTE FELICITO POR TUS LIBROS Y POR TU PERRITA ES DIVINAAAA!!! ME QUEDÉ ENAMORADA. ME ENCANTARÍA TENER UNA, LO QUE OCURRE ES QUE YO LA EDUCO COMO UN BEBÉ Y DESPUES SI POR ALGUNA CAUSA ME TENGO QUE SEPARAR DE ELLA ME MUERO.
TENGO UNA GATA QUE SE LLAMA MILAGROS, PERO ESA PERRITA ES UN SOL.
CARIÑOS
Muchas gracias Luján.
EliminarChloe es la tercera perrita que tenemos. La primera Chispa estuvo con nosotros 12 años. Al año de fallecer compramos a Nana, pero nos la dieron enferma, y después de un mes murió. Todos lo pasamos muy mal, pero decidimos tener otra, así que aquí está la revoltosa de Chloe, tiene 5 meses y es un torbellino.
Me gusta el nombre de tu gata, seguro que es preciosa.
Besos y abrazos.
Me ha gustado mucho tu relato ficción-realidad. La vejez es muchas veces una "cruz" que deben de llevar los que llegan a ella. Pero también tiene sus momentos de ternura. Me ha traido gratos recuerdos de mis padres, que ya no estan.
ResponderEliminarBesos
Cuando la ternura y el cariño no está presente, esa cruz se hace insoportable.
EliminarLos gratos recuerdos surgen cuando menos lo esperamos. Me alegro que mi relato te haya evocado cariñosos recuerdos.
Besos José Manuel.
Hola Teresa, me he quedado muda en el comentario que dejas en mi blog. Te leo en el tuyo, y releo hasta ser tú.
ResponderEliminarTe entiendo, me dejas más que nunca a tu lado. No ahogues lo que no lo merece, no mal gastes una perla de tu agua salada, hay cosas más bellas para regalarlas.
te dejo mi ternura
Sor.Cecilia
Hola Sor Cecilia. La pena está, pero hay que intentar llevarla en silencio, más que nada porque es contagiosa, y nadie debe ser contaminado por ella.
ResponderEliminarGracias por sus palabras. Sosiegan.
Besos.