CAPITULO
TRES – INVESTIGANDO
El
sábado me levanté tarde. Resolví dejar la ducha para más
adelante, ya que me había hecho el propósito de hacer un poco de
bici –estática–, pero antes encendí mi portátil para comprobar
el correo y echar un ojeada a la prensa digital. Se me ocurrió
introducir el nombre de Ernesto. Como no sabía su segundo apellido,
me propuse averiguarlo mirándolo en su buzón. Aunque por la hora
que era, lo más normal es que no estuviera en casa; para eliminar
posibles sobresaltos, incorporé como elemento de simulación para
realizar la peculiar maniobra, una bolsa de basura.
Coloqué
varias hojas de periódico en el negro recipiente de plástico y
crucé la calle con aspecto despreocupado, pero no obviando la
posible aparición en el escenario de mi convecino. Deposité por
unos instantes el “saco” en el suelo, y a la vez que recogía mi
pelo en una coleta, dirigí mis ojos en sesgado hacía las letras que
componían el nombre. Ernesto Cantalejo Hernandez. Mis temores se
hicieron realidad cuando una vez recogida la bolsa, me dispuse a
volver a casa.
–¡Hola
Carlota! –saludó Ernesto llegando a mi altura... y otra vez sin
ruido arrastrado–. ¿Lo haría adrede?
–¡Buenos
días! –contesté con el pulso acelerado.
–¿Es
que te has arrepentido? –dijo con voz seca.
–¿De
qué? –respondí más agitada que hace un segundo.
–Pues
de tirar la basura. ¿De qué si no? –añadió con su ya inevitable
mirada.
–No.
¿Por?
–Como
veo que vuelves a casa con ella. O ¿es que querías algo de mí?
–No...
bueno sí... saber que tal estás después de lo de ayer –comenté
torpemente.
Supe
que alguien venía por mi espalda, porque sus gestos faciales y su
tono de voz cambiaron en un segundo para dar paso a su otra
identidad... la que mostraba con el resto de la gente.
–No
muy bien, la verdad. Apenas he dormido pensando en la pobre Rosalía.
Además como tengo tan reciente lo de Elena...
–Si
te podemos ayudar en algo –habló Geno poniéndose a mi altura–,
no dudes en decírnoslo. De verdad Ernesto... de corazón. Lo mismo
le he dicho a Isabel.
–¡Muchas
gracias! Sois todos muy amables –añadió, haciéndose la víctima.
–Tú
sí que eres bueno con la gente necesitada. Y esa bondad tiene que
ser correspondida. ¡Bueno!, os dejo que tengo que hacer la comida
–aclaró mientras se despedía.
–Yo
también me voy –dije a Ernesto, aprovechando la coyuntura.
–¡Hasta
luego!... y acuérdate de tirarla.
Seguí
por la acera hasta el contenedor de residuos en un combate interno de
sensaciones. Por un lado, el mal sabor de boca que me quedaba cada
vez que hablaba con mi inquietante vecino, y por otro, un cierto
regocijo al imaginar que con el nombre completo en mi poder, podría
hallar algo interesante.
Me
instalé frente al ordenador. Inserté el dato... ¡Nada! No sé,
confiaba que surgiera algo que delatara un pasado oscuro. Súbitamente
mis dedo teclearon: “fallecimiento/ferroviario/Oviedo”, y el
buscador me dio varios resultados, pero llamó mi atención uno en
concreto: Periódico “La Voz del Trabajador”. Pinché. Ojeé la
página principal hasta descubrir la palabra “hemeroteca”.
Pinché. “Introduzca la fecha del ejemplar a consultar”. Como la
desconocía, ingresé el texto a buscar en: “Búsqueda avanzada”.
–Fallecimiento/ferroviario/Cantalejo–. Y apareció ante mis
agradecidos ojos, un titular.
Sucesos
– 14 de Junio de 1945
Oviedo/
PEREZ BELLO, J.
Feliciano
Cantalejo Martín, falleció en el día de ayer a causa de varios
golpes recibidos en la cabeza. En relación con los hechos, fue
detenido un mendigo que se encontraba en estado de embriaguez.
Ferroviario de profesión, deja viuda y un hijo de 15 años. El
fallecimiento ha provocado una gran consternación entre las personas
que lo conocían, ya que era muy querido entre sus vecinos y
compañeros por su carácter bondadoso y humanitario.
–¡Vaya!
¿Sería su padre? Aunque según mi madre murió en un accidente,
quizá lo dijo Ernesto para eludir explicaciones. Por lo demás
encaja el apellido, la ciudad, y la edad, ya que si por entonces
contaba con 15 años, ahora tendría... 81... más o menos los que
tiene.
¿Qué
sacaba en limpio? Que el pobre Feliciano murió de una manera brutal
a manos de un indigente, y que su hijo, hoy en día, presta ayuda a
estas personas. No creo que tenga más relación, pero estaba tan
emocionada, que no me importaba lo inservible del descubrimiento.
Como mi ilusión era especializarme en periodismo de investigación,
saborear este pequeño adelanto, supuso una inyección de moral para
mi ego.
El
resto del día lo pasé holgazaneando, y a última hora de la tarde
quedé con mi amiga Marta para “dar un vuelta”. Vivía cinco
casas más arriba. A pesar de la confianza que existía, no me atreví
a contarle mis especulaciones. Simplemente comentamos de pasada el
óbito de nuestra vecina.
Por
la noche llamó mi madre para preguntar que tal todo. A las doce y
diez exactamente, concluí mi ritual de cremas. Estaba dispuesta para
el descanso nocturno, cuando percibí un ruido en la planta baja. No
podía creer que estuviera yendo a averiguar el motivo. Para rematar
mi inquietud, mientras bajaba las escaleras, recordaba las palabras
de aquel cuento que mi padre me relataba cuando era pequeña: “¡Que
viene el lobooooo!”. Con el miedo en el cuerpo, ni sentí el frío
de las baldosas. De repente me acordé que tenía el móvil en el
bolsillo. Esa manía mía de no soltarlo nunca, hizo que me sintiera
menos insegura.
Empecé
a marcar el uno cuando mi mente se adelantó a una situación futura,
en la cual protagonizaba un gran ridículo ante la policía por mis
absurdos miedos. Echando un poco de coraje, del que normalmente no
tenía, cerré el teléfono; pero sin soltarlo de la mano.
Reanudé
el angustioso descenso. Otro ruido. Presa del pánico corrí
escaleras arriba hasta que sentí un fuerte tirón en el brazo.
Chillando como una loca, traté de escapar de la garra que con tanto
tesón tiraba de mí hacia abajo. De pronto comprendí que llevaba
unos segundos peleando por soltarme, sin sentir más resistencia que
en aquel punto. Me arriesgué a dar la vuelta para mirar frente a
frente a mi atacante. Por un instante se acabó el desasosiego,
cuando vi la amplia manga de mi bata enganchada en un saliente de la
barandilla.
Bajé
un escalón y solté la vestimenta de su atadura. Con la cabeza un
poco más fría calibré la realidad. “Si con todo lo que he
chillado, no ha salido ningún intruso... o no lo hay, o habrá
huido”.
Ya
más tranquila y cogiendo un paraguas del correspondiente paragüero
que había al final de la escalera, me acerqué a la cocina, y con
todos los sentidos alerta abrí la puerta muy despacio. Un largo
suspiro y una sonrisa salieron al unísono viendo el origen del
temido ruido. “Mafi” estaba relamiendo un poco de leche que
quedaba en su cuenco. La regañé mientras acariciaba su lomo y ella
me miró complaciente. “Tu dueña está un poco alterada”.
CAPITULO
CUATRO – SOSPECHA
El
domingo amaneció con calor canicular. Mis padres llegarían después
de comer. Decidí recoger un poco mi habitación, ante la amenaza de
una tormenta llamada Verónica –mi madre–. Por muy cansada que
llegase –según ella–, era poner un pie en el vestíbulo, y la
astenia desaparecía para dejar paso a una sagaz inspección de la
morada. Su frase favorita cuando traspasaba la frontera de sus
dominios impolutos y descubría el revoltijo que habitaba en mis
posesiones era: “¿Como puedes desordenar tantas cosas, en tan poco
tiempo?”.
Una
vez realizada la operación, pasé por la cocina para tomarme un
desayuno ligero. Sentada en el taburete, vigilé la consabida casa.
Escuché un poco de música y curioseé el “Código Civil” –me
gustaba de vez en cuando leer aleatoriamente algún artículo–.
Comí los restos de pasta que quedaban en el frigorífico, y después
de fregar la escasa vajilla, me dispuse a sacar la basura –esta vez
de verdad–. Cerré la bolsa y al erguirme justo delante de la
ventana, vi a mis recién llegados padres, hablando con Rosa.
Me
quedé absorta esperando ver el desarrollo; al igual que un
espectador pendiente de los gestos en una obra sin diálogo. Ella me
pillaba de espaldas, con lo cual no podía verle la cara, pero por el
ademán de consuelo que hizo mi madre, debía estar llorando. Ahora
era mi progenitora quien lanzó una mirada de desconcierto a mi
padre, y éste se la devolvió acompañado de un levantamiento de
hombros y semblante de ignorancia. Cinco minutos que me parecieron
una eternidad, y por fin se despidieron.
–¡Hola
a los dos! –dije a la vez que abría la puerta del hall y besaba
sus mejillas.
–¡Hola
hija! ¿Qué tal todo? –comentó mi madre.
–¡Muy
bien! ¿Y vosotros?
–¡Hola
Carlota! ¡Agotados!, como siempre –saludó mi padre con voz de
cansancio y dejando en el suelo por un momento su bolsa y el “bolsón”
de su compañera de correrías.
–¡Anda
Carlos!... súbete las cosas, por favor –ordenó mi madre en plan
cariñoso.
–Ya
voy... y de paso me echaré un poquito –añadió haciéndome un
guiño.
Agarré
a mi madre de la mano y la lleve a la cocina con velocidad
apremiante.
–Os
he visto con Rosa. ¿Qué tal está?
–¡Imagínate!
Destrozada. ¡Con lo que la quería! –dijo mi madre apoyándose en
la encimera–. ¡Ah! Nos ha dicho que su tía no fue a verla el
jueves...
–¡Ves!
Te dije, ¿o no? que había algo raro –añadí recriminándola
levemente por su agnosticismo.
–Déjame
terminar –dijo ella, reprobando ahora mi conducta–. No fue porque
ya estaba muerta. Falleció en la madrugada del jueves. Yyyy... antes
de que sigas... murió por shock hipoglucémico.
–¿De
una bajada de azúcar? –dije sorprendida.
–Eso
nos ha dicho.
–Sí,
pero qué casualidad, la misma noche que pasó Ernesto. ¿Y no
sabemos a qué hora?
–Pues
no. Mira que le das vueltas y total por una relación clandestina.
–¡Vaya
ahora sí tenían una relación! Tú, con tal de no darme la razón
en que hay algo raro en el comportamiento de ese hombre...
–Es
que todo son suposiciones nuestras Carlota... bueno tuyas. No sabemos
nada, ni tenemos que sospechar más allá de lo que has visto.
–¿Supongo
que le estarán haciendo la autopsia?
–No
se lo he preguntado. Me parecía un poco atrevido, pero desde luego
es raro que no la hayan enterrado aún.
–¿Sabes
de qué murió la mujer de Ernesto?
–De
un infarto. ¿A qué viene eso?
–¿Y
si han sido envenenadas? Algunos venenos pueden producir un choque
hipoglucémico. ¿A que a Elena no le hicieron la autopsia?
–Creo
que no... como padecía del corazón. Y ¡anda!, deja ya de divagar.
–Tenemos
que hablar con Rosa para sugerirle que solicite un examen del cuerpo,
si no lo han hecho ya –dije pensando en alto.
–¿Pero
cómo le vas a decirle, de buenas a primeras, una cosa así? –dijo
mi madre alucinando, como siempre.
–No
te preocupes, ya me las apañaré –añadí en voz baja.
No
paraba de darle vueltas a todo lo que estaba acaeciendo. Cada vez
estaba más convencida, ya no solo que Ernesto ocultaba algo, sino
que bajo su aspecto de viejo afable estaba la identidad de un
asesino.
Bueno, vaya susto se llevó jajaja
ResponderEliminarTeresa, me río porque exactamente así me pasó hace unas noches.
Se ha propuesto descubrir algo y algo descubrirá.
Y mientras aquí espero, sacando mis conclusiones :)
Está interesante.
Besos
Si es que tenemos demasiado estrés, y a la más mínima nos mosqueamos. Vaya susto también el tuyo ¿no?
EliminarGracias por tu lectura.
Besos.
Cuantos capítulos quedan?
ResponderEliminarYo no me separo del ordenador esperando el siguiente...
que bien escribes¡¡¡
Un besote grande.
CONTINUAAAAAAA¡¡¡¡¡
¡Hola Niebla! Los voy a subir en siete partes, más que nada porque el viernes me
Eliminarvoy fuera una semana y no os voy a dejar con la intriga. jejeje.
Gracias por tu seguimiento.
Otro besote para ti.
Bueno Teresa como he currado el fin de semana me había perdido la segunda parte, pero ya me he puesto al día. Leches con estos sustos es para que se descomponga el cuerpo. Esto está al rojo vivo.
ResponderEliminarBesos.
Hola Teresa, menos mal que anunciasta la cantidad.
ResponderEliminarEsta cada vez mas interesante
Un abrazo
Bien,Teresa,mientras leía,ha llamado mi hijo de Australia y he parado un poco...Lo retomo de nuevo y aplaudo tu tesón y tu constancia con la historia,que cada vez es más emocionante...Vamos a ver qué pasa.
ResponderEliminarMi abrazo y mi ánimo siempre,escritora.
M.Jesús
Hola, Teresa:
ResponderEliminarTe sale muy bien la narrativa, la lectura es agradable, fluida y la trama muy interesante.
Abrazos.
Gracias amigos. Ya va quedando menos. Espero que os siga gustando.
ResponderEliminarBesos y abrazos.
Amiga Teresa aquí en suspense me tienes leyendo este nuevo capítulo y esperando a saber más sobre el tema de esta interesante trama novelesca.
ResponderEliminarBesos de MA.
El blog de MA.
Feliz inicio de semana.
Me tienes enganchado a la historia. Eres una maestra en esto del suspense. Espero con interes los siguientes capítulos, y no te digo como espero el desenlace.
ResponderEliminarBesos
Hola Teresa!!!
ResponderEliminarLos he leído de un tirón los tres capítulos.
Extraordinario,de verdad,se leen muy bien,es intrigante,con suspense y me quedo con ganas de más.
Mis felicitaciones cariño!!
Un besito!!
Me los estoy leyendo tranquilamente, y digo que felicito tu duende y tu don para articular personajes y situaciones,orquestar todo un concierto para que nosotros no perdamos hilo de la trama
ResponderEliminarFELICITACIONES TERESA!!!
y gracias por subirla
Pues yo, igual que los demás lectores: esperando para quitarme este come-come que tengo.
ResponderEliminarSigo apostando por Ernesto. No creo que sea el asesino.
Habrá que esperar, Teresa.
Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
La verdad es que Ernesto es bien raro, y muy listo de esas personas que están alerta en todo, me huelo que hace más de lo que dice.
ResponderEliminarBesos, muy buena noche...
Esto se está poniendo cada vez más en contra de Ernesto y a favor de las intuiciones y suposiciones de Carlota. El relato está impresionante de bueno. Estoy esperando el Próximo, casi con angustia similar.
ResponderEliminarFenomenal, Teresa.
¡Ui, ui! Este Ernesto es muy raro jejeje
ResponderEliminarAcabo de subir más intriga.
Besos para todos.