Ya
no sabía que pensar. ¿Otra casualidad? No tenía por qué ser la
misma mujer que había visto en el parque, pero lo que estaba claro
es que vivía o frecuentaba el albergue donde colaboraba Ernesto.
La
voz de Isabel me llegó desde la calle. Avancé con discreción el
último metro que quedaba hasta la ventana y pude observar que
mantenía una conversación bastante fluida con Ernesto. ¿No estaría
tramando alguna maldad contra ella? Expié un rato, y como no quería
deambular sin rumbo en los juicios que mi mente manipulaba, bajé a
la cocina para averiguar los adelantos culinarios de mi madre para
ese día.
–¿Qué
me querías decir antes con tanto gesto? –pregunté.
–No
quería que entrases en detalles. ¡Ha pasado tanto la pobre! Ya se
enterará por Rosa.
Le
puse al día de mi visita al geriátrico, sin contarle mi intención
de allanamiento con permiso, que proyectaba, ya que conociéndola se
pondría histérica.
–Por
cierto, ¿sabes que ha aparecido muerta una indigente?
–¿Otra?
–respondió mi madre, parando por un minuto de remover el guiso.
–¿Cómo
que otra? ¿Es que ha habido alguna más? –pregunté incrédula.
–Sí,
hace... un mes, más o menos. En el parque de allá abajo.
–¿Y
de qué murió? ¿No sería de algún golpe?
–No.
Por una sobredosis.
–¿Y
también paraba en el albergue del pueblo?
–No
lo sé. Supongo que sí, porque Ernesto dijo que la conocía.
–Voy
arriba a ver si localizo la noticia –dije corriendo hacia las
escaleras.
–Comeremos
en seguida. En cuanto llegue tu padre –grito mi madre.
Ahí
estaba:
“INVESTIGAN
LA MUERTE DE UNA INDIGENTE OCURRIDA EN LA LOCALIDAD MADRILEÑA DE
CALANDE”
El
Grupo de Homicidios del Cuerpo Nacional de Policía, ha abierto una
investigación para determinar las causas de la muerte de una
indigente, cuyo cadáver fue descubierto en el parque de La Gaviota
en el día de ayer. Fuentes próximas a la investigación apuntan
como posible causa de la muerte una sobredosis de heroína. El cuerpo
sin vida ha sido remitido al Instituto Anatómico Forense, donde esta
mañana se le practicará la autopsia”.
¡Nada
más! Miré en fechas posteriores y no volví a encontrar más
información. Calibré los hechos y la posible correlación entre
ellos. “Dos mendigos... mujeres, Rosalía... mujer. Todas
fallecidas en menos de dos meses y justo... después de la muerte de
Elena, y además relacionadas de una forma u otra con Ernesto. Por
otro lado está el fallecimiento de su padre a manos de un
vagabundo... y borracho. Esto puede ser que tenga cierta analogía
con las dos indigentes, pero lo que no me cuadra es la muerte de
Elena y de Rosalía. Tal vez, su esposa lo descubrió, y ante el
temor de ser denunciado, planeó su asesinato de tal forma que
pareciera natural... sin embargo, por segunda vez no me cuadra
Rosalía, y menos si tenía un lío con ella”.
La
llamada de mi madre me sacó de la meditación. Mi padre acababa de
llegar, y la puntualidad en la comida era sagrada. Trabajaba como
editor en el periódico digital de la zona, y había días que su
jornada se extendía algo más de lo normal, pero no le importaba. Su
trabajo le gustaba, estaba cerca de casa y tenía libres dos fines de
semana al mes.
–¡Hola
papá! –dije dándole un beso y sentándome a la mesa.
–¡Hola
hija!
–¿Qué
tal el día?
–Como
casi siempre... agotador.
–He
leído lo del indigente. ¿Sabéis algo más de lo publicado? ¿No ha
podido ser un homicidio?
–En
principio no, porque han hallado sangre en una parte del banco donde
creen que se ha golpeado al caer. De todo modos van a hacerle un
examen post–mortem, así que supongo que si encuentran algo raro,
nos lo dirán.
–Y
la otra indigente que falleció en el parque ¿murió realmente de
sobredosis? No volvisteis a realizar más publicaciones sobre el
tema.
–Porque
no había nada que informar. No volvimos a saber más, por lo que
suponemos que el caso estará cerrado.
–Y
con la aparición de este cadáver... en el mismo sitio, ambas
mujeres y en tan corto espacio de tiempo ¿no os parece extraño?
–Esta
mañana lo hemos estado comentando, pero dependemos de la información
policial, y mientras no nos la faciliten, no podemos hacer nada.
–¿Es
que no podéis investigar por vuestra cuenta?
–No
hija, no tenemos presupuesto. Además hasta ahora tampoco había nada
que indagar.
Mi
madre callada, escuchaba, y me miraba expectante e interrogante. No
hice más preguntas, pues veía que tampoco había respuestas.
CAPITULO
SIETE – LA CASA DE ROSALÍA
El
siguiente paso que planifiqué, era pasar a casa de Rosalía. No sé
qué esperaba encontrar, pero quería verme inmersa en el lugar
testigo del drama, e intentar esbozar en mi mente cómo pudo
desencadenarse la tragedia.
En
principio se me ocurrió ejecutar el asalto de noche, pero después
de sopesar cual de mis dos miedos pesaban más, ganó el temor a la
oscuridad, con lo decidí asumir el riesgo a ser descubierta. Tampoco
había por qué ser una imprudente, así que el momento idóneo
sería... el de la siesta. Entre las tres y las cuatro, la calle
solía estar vacía, exceptuando algún vecino que llegaba a esas
horas de trabajar. Bastaba con estar un poco pendiente.
Alrededor
de las tres y media mi madre dormitaba en el sofá del salón, y mi
padre había vuelto al trabajo. Salí a la entrada de mi casa con
relativa tranquilidad. Observé mediante una rápida inspección las
casas vecinales, y crucé con paso acuciante la vía. Abrí la puerta
del jardín y alcancé la blanca puerta lacada en ocho zancadas. Los
nervios me jugaron una mala pasada y las llaves cayeron al suelo
haciendo tal ruido que pareció retumbar en todo el barrio. Las cogí
con celeridad y por fin conseguí entrar, cerrando la puerta y
recostándome en ella como si hubiera dado esquinazo a un perro
rabioso.
Encendí
la luz, pues las persianas estaban bajadas. Pasé del vestíbulo al
salón. La decoración era recargada. Una gran mesa de comedor
aprisionaba bajo sus robustas patas una alfombra de dibujos florales,
y una hermana gemela se hallaba al otro lado de la estancia
soportando el peso de otra mesa más pequeña y de un tresillo
igualmente floreado. Una vitrina de unos tres metros cubría parte de
la pared derecha. Albergaba todo tipo de diminutas figuras, mezcladas
con una cristalería exuberante en grabados. Los paños de ganchillo
eran los amos y señores de los muebles. Estaban por todos los lados.
Debajo de los portarretratos, que los había a cientos; bajo los
floreros de las mesitas supletorias; y sobre los reposabrazos del
sofá y sillones. Los lienzos que decoraban las paredes habitaban
encajados en molduras barrocas doradas, negras y marrones. Sus
protagonistas era personajes y paisajes arrancados del siglo XIX.
A
pesar de la claridad que difundían las dieciocho bombillas de las
dos lámparas de araña, daba la sensación de ser la oscuridad la
dueña absoluta. Una melancolía confinada entre las cuatro paredes
sobrecogía el corazón y hacía pensar en la tristeza que debía
haber acompañado a Rosalía en sus horas de soledad. Quizá
estuviese equivocada, pero fue la impresión que me inundaba.
Su
alcoba, instalada frente al salón, era como un duplicado de éste.
El mismo mobiliario, los mismos adornos, todo abarrotado. Solo una
pequeña manta en un sillón y un chal doblado encima, hacía un poco
más acogedora y cálida la sala. Me acerqué a la cómoda y revisé
los cajones. Todo dispuesto con minuciosidad, menos un fino pañuelo
de seda como guardado con prisa. Abrí el primer cajón de la mesita
de noche y pude ver la insulina que nunca más podría utilizar.
–¿Qué
haces aquí?
joooooooo, no pares ahora¡¡¡¡
ResponderEliminarque susto¡¡¡Respiro hondo y a esperar.
Que emocionante esta¡¡¡¡
Besos y abrazos.
Con las manos aún temblorosas te remito el comentario que, como puedes imaginar, es de una intranquilidad trepidante y, a veces, angustiosa. Inmejorable la narración. Como ya sabes...Estoy esperando el siguiente.
ResponderEliminarUn abrazo, Teresa.
¡Ya la ha pillado in fraganti, menudo susto!
ResponderEliminarEl viejo siempre vigilante, no tiene la conciencia tranquila.
Y ya van tres...
Besos, muy buena madrugada
Teresa...eso no se hace...!!!
ResponderEliminarTodo muy lindo, pero yo ahora me quedo con la pica..
Un beso Teresa y no te demores.
Gracias, Teresa, por sus generosos comentarios, y por el "suspense" que nos regala con este texto suyo. Muy bien.
ResponderEliminarUn cordial saludo desde Madrid.
!!No cortes ahora, que me dejas con la miel en la boca!!Más emoción imposible, eres una maestra del suspense. Sigo esperando el desenlace.
ResponderEliminarBesos
Teresa nos tienes como cuando eramos pequeños la víspera de Reyes. Con un ojo cerrado y otro abierto para ver que tal se portaban los de Oriente. Yo creo que el viejo nos sale rana. Esto está más interesante que aquella novela radiofónica de hace muchos años "Lucecita", que tenía encandelada a media España.
ResponderEliminarBesos Teresa.
Perdón "encandilada".
ResponderEliminarAmigos ya queda menos. Penúltimo capítulo esta noche. ¡Dios que intriga! jejeje
ResponderEliminarBesos y abrazos.
Teresa, una cosa: en un capítulo pasado ella busca un artículo escrito por su padre y en este aclaras que el padre trabaja para un periódico digital. Me parece que tiene más lógica que lo menciones antes. Bueno, es sólo mi opinión, claro, lo veo más coherente.
ResponderEliminarEn cuanto a la entrega de hoy: por dios, Teresa, que nos va a dar un infarto!!!
Enganchada me tienes :)
Te felicito, es una historia muy bien narrada que hace que te quedes con ganas de más.
Besos
¡Hola Verónica!
EliminarAunque fue en un capítulo anterior, apenas transcurrieron unas horas entre ambas búsquedas de noticias. Tampoco dije "escrito por su padre", sino "donde trabajaba su padre", dejando entrever así su profesión. Luego puntualizo su tarea en concreto (editor) y entra más en escena porque ahora sí precisa de su ayuda "interrogándole" acerca de las dos muertes que acaba de averiguar.
De todos los modos me alegra muchísimo que me comentes (comentéis) cualquier cosa que no veáis lógica y os choque. Es una novela que está sin editar, y cualquier corrección que pueda hacerla, será bienvenida.
Gracias Verónica...y ojo avizor.
Besos.
El viejo ya sabe lo que està pasando. Por eso vigila.
ResponderEliminarAmerita la continuacion.
Un abrazo.
¿Vigila? o ¿es que no quiere que el vigilante descubra algo? jejeje
EliminarBesos.
Teresa, chica malota, malota. Esto no se hace, nena. Nos has dejado con la boca abierta. Jóooooooooooo!!!!
ResponderEliminarErnesto no es el asesino en serie, Creo que no. Brrrrrrr!!!
Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
¿Tú crees Mos? No sé... bueno sí sé, pero no os voy a adelantar nada. jajajaj
EliminarAhora sí que soy mala.
Besos.
sigo con entusiasmo la lectura despues de tu corte comercial, creo que se avecinan momentos decisivos...
ResponderEliminarsaludos amiga
Uf me he pasado un buen ratito leyéndote,
ResponderEliminarsiguiendo la historia
que engancha,
muy bien escrita,
me ha encantado,
sigueeeeee
Increiblemente relatado la decoracion, la vi, seguire esperando mas, con la intriga que haz logrado crear
ResponderEliminarUn abrazo
nos tienes descalabrados pensando las posibilidades
ResponderEliminarpero esta tensión ya aflojará y la resulta será un desenlace que de seguro nos sacudirá
besitos y luz
Gracias por vuestro seguimiento. Ya colgué la penúltima parte. Aaaaaaaaaaaaaa Leer.
ResponderEliminarBesazos.
Sí que tuvo valor de entrar a solas en la casa y ahora a ver quién la sorprendió.
ResponderEliminarBesos
Sí, sí... a ver, a ver.
ResponderEliminarGracias por tu visita.
Besos.