EL PROBLEMA (LAS LUCUBRACIONES DE D. IGNACIO)
–Esther –dijo
llamando a la enfermera de Psiquiatría–. Creo que se me ha parado
el corazón. No lo siento.
–Déjeme ver... Si
retira la cartera del bolsillo de la bata, verá como está
perfectamente.
–No sé... sigo sin
notar nada. Creo que se ha desplazado al ombligo.
–Y ahora ¿Por qué
dice eso?
–Porque es ahí donde
siento palpitaciones. Mire –añadió llevando la mano de Esther
hacia su tripa.
–Eso es una tontería.
Lo que nota son los latidos de las arterias.
–¿Seguro? ¿Y son
míos?
–¿De quién van a ser?
–Quizá... de un
pequeño ser que llevo dentro, porque además hay veces que se mueve.
–Eso serán
flatulencias... que ya le dijo el doctor que hace poco ejercicio.
–No lo creo, más bien
pienso que estoy embarazado.
–Pero no ve, D.
Ignacio... que eso es imposible.
–¿Por qué?
–Porque... ¿es usted
un hombre? –añadió Esther sonriendo.
–¡Bueno!... a saber
que hacen cuando me dan las pastillas.
–Le aseguro que
fecundarle, no –dijo la enfermera, sonriendo con cariño.
–... ¡Ya sé que va a
ser! –comento entusiasmado D. Ignacio.
–¿Sí?... ¿qué?
–añadió resignada y expectante.
-¡Mis sentimientos! Hace
tiempo que andan por ahí rondando, concretamente desde hace dos
meses... justo cuando llegué aquí. Antes no tenía problemas. Cada
día fluían a borbotones.
–Pues ya sabe lo que
tiene que hacer. Escribir como siempre lo ha hecho, así no le darán
más preocupaciones.
–¡Ya! ¡Lástima que
todavía me quedan siete meses de gestación.
Es muy ocurrente. Un simple diálogo para expresar tanta sensibilidad y encierro.
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