¿Por que será que las musas solo vienen a mí en estado de duermevela? ¿será que se han convertido en sirenas, y no saben que tienen que venir en mi ayuda?
Hasta hace cosa de un mes empezaron a visitarme por la noche o al amanecer. En plena batalla entre el sueño y la vigilia. Querían jugar. Se asomaban con cautela para luego situarse descaradamente delante de mis narices. Yo intentaba, lo juro, retenerlas a mi lado e incluso estaba convencido de agarrar a más de una, pero cuando abría mi cofre al despertar; se habían evaporado. No me acordaba de sus caras. Incluso dudaba si habrían estado, o las había soñado. ¡Adiós a esos versos que murieron alevines en mi subconsciente!
¿Y ahora qué? Ahora estoy escribiendo con los ojos cerrados. Voy a intentar engañarlas. Soy más listo que ellas. Acudirán a mí creyendo que estoy dormido, pero se van a llevar una sorpresa. No voy a dejar escapar ni una.
¿Cuánto tiempo habrá pasado? Lo único que llega es el sonido monocorde del reloj del comedor. Tic-tac, tic-tac... No pienso abrirlos. Sé que andan cerca, y no tardarán en saltar a mi alrededor. No hay prisa. Estaré preparado.
¡Oh! Acaba de rozarme una. Estaré expectante a sus palabras inspiradoras.
-¡Vamos D. Ignacio! Abra los ojos y la boca, que tiene que tomarse las pastillas –dijo la cariñosa voz de la enfermera de Psiquiatría.
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