La muerte, destino de mi ansiado castigo,
quizá no quiso encontrarse conmigo,
cuando con delirio y sin motivo,
desvié mi rumbo vacío del alto puente,
al escuchar el melancólico acordeón
que se hallaba en su vientre.
Mis pasos hibernaron al masticar,
el olor inmundo de una miseria gestada.
Un silencioso aullido de socorro,
oprimió mis desteñidas entrañas.
No pude decir nada...
habló el dolor de sus pies descalzos,
la mugre de sus brazos, sudada de arañazos,
y los morados de sus piernas,
sellos candentes de sus caídas eternas.
Fuimos caminantes de ilusos sueños,
en busca de quimeras y libertad;
vivimos en la añoranza,
aún sabiendo que en el tiempo se perderá.
Disparamos llantos en la noche
escondidos tras la oscuridad,
bajo el sucio y triste puente,
que un día descubrió nuestra calamidad.
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