TIEMPO DE DESPEDIDA (LAS LUCUBRACIONES DE
D. IGNACIO)
Yo era feliz, hasta que invadiste mi existencia. La culpa fue de mi hermana, que te entregó a mí para que llenaras esas horas, según ella, vacías.
Te miré con ilusión el primer día sin saber que sería esclavo de tu lenguaje y de tu figura curvilínea. Tu hermosura me encandiló y tu voz me atraía. Solo podía agradecerte... que contigo, organicé mi vida.
Hoy... un mes, cinco días y seis horas después, siento como tu abrazo aprisiona mi mente que ya no vuela libre. Adiós a las risas que provocaban mis despistes, a las fiestas de las hojas y la brisa... a vivir un universo sin prisa. Mi vida ya no está, tú me la has arrebatado. Me gustaba... y era mía... ¡loca!, pero mía.
Tú me obsesionas con el mañana. No poseo tiempo. Sí, eso que a ti te sobra y a mi me falta. Ya no lo tengo para dedicarlo a mis proyectos, mis escritos y mis sentimientos. Me ahogas, me asfixias, cada vez que te veo.
Pienso que quizá la muerte llegue en este momento en el que te estoy mirando, o mañana cuando vuelva a hacerlo. Quizá ocurrirá un lunes 23, o un jueves 26. ¿Será a la una, o tal vez a las diez? ¿Y si es en este preciso segundo, de este preciso minuto? ¡Bueno así volveré a ser libre! Nos separaremos como amantes de un amor no caótico, pero imposible... o tal vez estemos juntos para la eternidad.
¿Sabes qué? ¡Que se acabó! Tu atracción no puede amargar mi corta o larga existencia. Caminamos juntos durante un tiempo que tú hiciste eterno. Hoy se terminó nuestra unión. No pienso pasar mi vida atado a un sinvivir. ¡Adiós hermoso y agobiante reloj!
–¡Don Ignacio! ¿Qué hace tirando el reloj por la ventana?
–No funcionaba. Marcaba el tiempo muy deprisa.
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