Si fuera el mar quien te regara,
quizá solo a él mirarías,
pero es el sol quien lo hace,
embelleciéndote cada día.
Y tú cual amante complacido,
no dejas de admirarle,
solo tienes ojos para él
y corazones para amarle.
El tiempo te maduró,
y tus rubios cabellos ya no se giran.
Impaciente oteas al “este”
para ver como alegre camina;
trepando sobre el agreste,
y dejando atrás pinos y encinas.
Y cuando el atardecer empuja su huida,
y en tu nuca ya no te susurra,
tu maltrecha alma suspira...
mientras, tus anhelos renacen
al esperar el nuevo día.
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